OCASO

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Cecilia Saa

Cuidarla fue el camino que afiató nuestro lazo disuelto en el tiempo, pero renovado en la madurez de los años. Mi rol desgastado de hija-cuidadora atendió el ocaso de su camino recordando los años cuando peinaba mis trenzas, cantaba rondas y dibujaba sueños de niña. Su espíritu cansado se entregó a la enfermedad mortal que se ensañó con su alma reclamando tiempos perdidos. Siento alivio de haberla acompañado hasta los últimos días cuando el perverso dolor le había consumido el cuerpo y la tenía postrada rogando por una partida digna. De mi memoria arranqué el resentimiento y los reproches para mirarla con aceptación y amor genuino.

Observando el Estrecho desde la ventana, la dejé partir en un anaranjado amanecer de verano. Apegué su cabeza a mi pecho sin soltar nuestras manos, mientras sentía su respiración ventilar mi cara aferrada a su figura que hoy extraño con nostalgia infinita.