El valor de la familia en la cultura Kawésqar

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Comprender la forma de vida, las costumbres, así como la cosmovisión del mundo de las distintas etnias que habitaron el mismo suelo que hoy pisamos, en este caso de los Kawésqar, resulta interesante a la luz del presente. No sólo como dato histórico sino como testimonio de las raíces que forjaron un pueblo. Temas como la igualdad de género, el respeto por los ancianos y la educación de los niños, así como el vasto conocimiento de la geografía circundante desde una concepción ecológica, son datos que en la sociedad actual se torna necesario revisar una y otra vez desde distintas perspectivas.

Comencemos con el rol de la mujer, cuya interpretación inicial provista por los expedicionarios que llegaban en barco a estas costas es errónea. Se ha descrito que eran sólo las mujeres expertas nadadoras las que navegaban en busca del alimento, mientras los hombres se quedaban en el campamento. Sin embargo, estudios posteriores han demostrado que el orden familiar estaba bien dividido en roles y que se complementaban con una igualdad de género y compañerismo digno de destacar. Hombres y mujeres remaban en la canoa hasta llegar al sitio adecuado, según su experiencia y enorme conocimiento del territorio. Allí desembarcaban los hombres para cazar y las mujeres continuaban un trecho en busca de mariscos. Más adelante se reunían y volvían remando hasta el campamento con las presas obtenidas de uno y otro lado para alimentar a la familia. Tanto hombres como mujeres sabían nadar perfectamente, ya que ese era su modo de vida. Su metabolismo adaptado al clima y al ambiente, les permitía sobrevivir en condiciones climáticas extremas.

LINGÜISTA Y JOSE TONKO GL copia

Lazos familiares

Según las investigaciones realizadas por el etnolingüista Oscar Aguilera Faúndez y el antropólogo José Tonko (testimonio vivo de la etnia Kawésqar quien nació en los canales y luego tuvo la posibilidad de estudiar en Santiago), los lazos familiares de estos pueblos son muy profundos. La transmisión de valores se va gestando desde el nacimiento, en donde los niños poco a poco van aprendiendo los quehaceres domésticos como la recolección de frutos en épocas estivales, así como la confección de cestas y la cocina. La importancia de la verdad como lo opuesto de manera determinante a la mentira, es una cualidad que los Kawésqar respetaban como una condición sine qua non. Quien faltaba a la verdad faltaba a la ley, y eran sancionados socialmente. En ese aspecto los mitos y leyendas que se han transmitido a lo largo de los años, de generación en generación estaban bien identificados como tales, aunque coexistían los dos mundos, el real y el de los cuentos, sabían diferenciarlos.

 

El rol de la mujer en la experiencia del parto

Según el trabajo de Ángel Acuña del departamento de Antropología de la Universidad de Granada, España, el rol de la mujer Kawésqar en el parto es muy importante, ya que hay toda una sabiduría ancestral en torno a ese momento. Cuando llega el instante de dar a luz, un círculo de mujeres rodea a la parturienta y presiona su vientre hasta la salida del bebé, quien enseguida es envuelto en piel de lobo. El concepto de dolor se entiende de un modo distinto a la actualidad, ya que era una parte natural que había que vivir y no había otra alternativa. Los ejercicios físicos para la subsistencia, hacían que el cuerpo esté mejor preparado para la llegada del bebé.

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Cosmovisión del mundo

El etnolingüista Oscar Aguilera explica que al examinar los cuentos y mitos, se pueden diferenciar dos eras en la cosmovisión del mundo Kawésqar. La primera tenía que ver con la idea del Caos, cuyo origen común tiene una similitud con las teorías romanas y los escritos de Ovidio en la Metamorfosis.

En la segunda era, para la concepción Kawésqar el mundo está habitado por seres humanos y seres con forma humana pero alma animal. Al morirse estos últimos se transformaban definitivamente en animales que habitaban la tierra.

“Los Kawésqar son animistas, no creen en los dioses, y hay un orden natural que es irrumpido por el Ajajéma, un espíritu maligno que produce los fuertes vientos, las tormentas, y destruye los campamentos a través de los temporales. Para combatirlo hacen rituales con ruidos”, explica Oscar Aguilera.

 

Testimonio vivo de una abuela Kawésqar

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“Yo tengo los años que mi mamá me ha dado y son unos ochenta y tantos”, dice la abuela Rosa Portales, con su voz pausada y la mirada que se va perdiendo en el recuerdo. Ella y sus cinco hermanos varones nacieron en la Isla Riesco, Seno Otway, Comuna de Río Verde. Cuenta que vivió un tiempo, al igual que sus antepasados, navegando en canoas y luego en chalupas, para recolectar su alimento en el mar.

Al calor de las brasas en la casa de su hija Celina Llan Llan Portales, en la población Villa las Nieves, Rosa habla de su infancia como una etapa verdaderamente feliz. Momentos que han quedado grabados en su corazón, como cuando salía con su madre y su tía a recolectar calafate en verano y jugaba libre en el monte. A veces se quedaba sola y con su amiga Celia, cocinaban mariscos y comían pan. También aprendían desde pequeños, a través del juego, las tareas que luego deberían realizar como adultos. Ayudaban a recolectar agua, acarrear leña, y también salir a pescar.

 

De la vida en at (carpas) a la choza de una estancia

A medida que pasaba el tiempo y los campos se iban privatizando, el espacio destinado a los Kawésqar se convertía en un pequeño reducto, que modificaba sustancialmente sus prácticas y modo de vida. Las desapariciones, muertes y cacerías silenciosas hicieron que el pasaje del estilo nómada al sedentario fuera más dramático aún.

“La persecución era atroz”, dice doña Rosa y continúa. “Un estanciero muy bueno, que aún lo recuerdo de nombre, Aquilino Alonso, al vernos con tantos niños nos pasó un lugar para vivir en su estancia. Era una casita hecha con tablones parados que tapaban escasamente el viento, y estaba cerca de un río. A mi padre le ofrecieron trabajar en el aserradero, y a mi madre como cocinera para el personal”, recuerda.

Allí conoció a quien sería su esposo, Francisco José Llan Llan Leuquen (Williche) que trabajaba en una estancia vecina. Rosa tenía unos 14 años, cuando se fue a vivir con él, y juntos construyeron una pequeña embarcación llamada chalupa, y su propia “at”. Tuvieron siete hijos, Alberto, René, Celina, Francisco, Margarita, Marisol y Benedicto. Dos de ellos fallecieron.

“Mi mamá y mi abuela estaban conmigo en cada parto, habían aprendido a través de la experiencia. Los que nacían en invierno pasaban frío, y los que nacían en verano eran felices, se los lavaba con agua salada”, observa la abuela Kawésqar. Y aclara que sólo uno de sus hijos nació en el hospital, el resto en las rutas de navegación.

En el año 1966 Rosa se casó por Iglesia y sus hijos fueron bautizados, quedando todos registrados como ciudadanos chilenos en el Registro Civil. Ese mismo año los misioneros católicos se llevaron a los niños de Rosa al hogar Miraflores durante el período escolar para ser evangelizados y estudiar. “Como sentí tanto su ausencia me lo pasaba llorando de tristeza, y después me vine a radicar a la ciudad de Punta Arenas, para estar más cerca de mis hijos. En ese entonces vivía en Río las Minas en casitas que nos hacíamos nosotros mismos”, concluye Rosa.

Su hija Celina agrega: “Nosotros quedamos muy poquitos y estamos desapareciendo, todo el trabajo que implica rescatar los derechos de los Kawésqar se lo va llevando el tiempo. Siendo el estudio de uno muy pobre más cuesta. Son cosas tan difíciles de entender…nosotros todavía no tenemos profesionales dentro de nuestra cultura”.

 

MINISTERIO

 

Proyecto: Conociendo a nuestros antepasados: cinco mujeres indígenas que marcaron la historia regional

FONDO DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN, REGIÓN DE MAGALLANES

PROYECTO FINANCIADO POR EL MINISTERIO SECRETARÍA NACIONAL DE GOBIERNO