Maribel Harris y María José Tafra, Compartiendo el cariño y la profesión

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“¡De tal palo tal astilla!”, reza el dicho popular que puede aplicarse perfectamente a Maribel Harris Pacheco y María José Tafra Harris, pues son madre e hija, pero, además, comparten a diario su profesión para llevar adelante la reconocida óptica ubicada en la calle Lautaro Navarro que Maribel construyó hace 33 años.

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“Yo me siento magallánica y no me iría de aquí por nada del mundo”, cuenta Maribel desde la oficina de contactología, espacio que años atrás formaba parte del living de su casa paterna y donde ella vivió toda su infancia. Al heredar la casa la convirtió en su lugar de trabajo en el cual se siente inmensamente feliz, porque convive cotidianamente con los mejores recuerdos de sus padres.

“Serias pero divertidas”, así definen algunas clientas a este dúo de madre e hija, quienes con una sonrisa de complicidad posan ante la cámara para dejar captar su mejor perfil.

Basta conversar un rato con ellas para darse cuenta del amor que tienen por su profesión y el compromiso por su trabajo, así como el cariño especial que las une. Maribel lleva adelante el negocio desde 1982 cuando regresó de Santiago luego de haber estudiado Técnico Óptico. Y María José decidió seguir sus pasos, aunque estudió en paralelo Diseño de Vestuario, la carrera que creía sería su vocación. Sin embargo, aun habiéndose titulado en ambas disciplinas, fue descubriendo que el mundo de la óptica era su verdadera pasión, donde comparte además con su mamá un talento especial para las matemáticas, la física y la anatomía, asignaturas en las que ambas se destacaron en su etapa universitaria.

Cualquiera podría pensar que no tener un jefe directo y trabajar en familia sería una tarea fácil y relajada, pero en este caso pasa todo lo contrario. Maribel es sumamente exigente y responsable por lo que cuando cierra el negocio y se va a su casa, el trabajo continúa. “A veces veo a los empleados que a las 19.30 se quitan el delantal y van a su casa y pueden continuar con su vida personal, y está bien que así sea, pero en mi caso no logro cortar”, comenta Maribel. Es que hay todo un proceso de cada uno de los clientes que tienen que supervisar y asegurarse que el producto llegue correctamente. En la óptica cortan el cristal, y luego lo envía a Santiago al único laboratorio que atiende a todo el país. “Las máquinas son costosísimas, lo que hacen en el laboratorio es lograr la curvatura del lente con una herramienta especial y calibrarlo en función de la receta del oftalmólogo”, explica Maribel. Por eso la responsabilidad es tan grande, ya que hay que hacer todo un seguimiento del circuito desde que se hace la orden de compra hasta que el pedido regresa a Punta Arenas para poder ser entregado al cliente. De esa manera el prestigio y los estándares de calidad han asegurado la permanencia del negocio durante tantos años y su continuidad.

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Madre e hija en sus años de adolescencia no tuvieron de inmediato un horizonte claro de su futuro profesional. Maribel cursó unos años de enfermería, aunque las prácticas en laboratorio la impresionaron mucho y se dio cuenta que eso no era para ella. Sin embargo el deseo de trabajar para la gente, de brindarse hacia los demás estaba latente. Y luego de una profunda indagación sobre las distintas propuestas académicas encontró que la óptica era una alternativa sumamente interesante.

“Lo que más satisfacción me da es el vínculo con la gente, ese aspecto más humano del trabajo en donde nos toca asesorar a la gente, y recomendar lo más adecuado a sus necesidades”, sostiene Maribel, y María José agrega que muchas veces las personas se emocionan cuando se dan cuenta que con el par de anteojos o los lentes de contacto pueden ver bien, y su vida cotidiana cambia positivamente. “Eso es lo gratificante”, expresa.

Trabajar juntas es una de las cosas más lindas que les tocó compartir en la vida, ya que continúan creciendo con nuevas ideas y propuestas que intercambian mutuamente. Aunque el espacio del hogar sigue estando reservado para esas charlas más íntimas de madre e hija en la que se suma la hermana de María José, maestra parvularia y madre de una pequeña guagüita.

El padre de familia, ingeniero comercial, se mantiene al margen del negocio familiar para dejarlo exclusivamente en manos de las mujeres, “acá no hay espacio para hombres”, dice riéndose María José, y muestra una vez más ese gesto cómplice que comparte con su querida colega que la vio nacer.