António Lobo Antunes y el óxido en el grito de las gaviotas.

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Por Claudia Espinoza U.

Supe de él a través del suplemento Arte y Letras de El Mercurio, un domingo cualquiera, leyendo con despreocupación, me enteré que António Lobo Antunes lleva tilde en la o. Tenía un estilo atractivo en lo sarcástico y se decía de él que su nombre se escuchaba dentro de los posibles próximos premios Nobel de Literatura.

Horas después descargué su último libro “No es medianoche quien quiere”. No me sorprendió que fuera psiquiatra cuando comencé a leerlo. Su personaje principal es una mujer, pero no una mujer personaje, o un personaje mujer, sino una mujer.

Ya en la primera página me sacudió el esternón. Leer a António Lobo Antunes se siente como rodar cuesta abajo por la ladera de un cerro, un cerro que no termina. Y cuando digo ladera, me refiero a una ladera de cerro, no a una ladera cualquiera. Es decir, abundante en piedrecitas, piedras y piedrotas. Socavados profundos, montículos de estiércol, matorrales húmedos por la llovizna, arbustos espinosos y flores olorosas y embriagadoras.  No sabes si leer ágil a la velocidad de la historia sin puntos seguidos, sin puntos aparte y hasta verbos o pronombres ausentes, o respirar de vez en cuando para aliviar el azul de nuestra piel.

“No es medianoche quien quiere” reúne 500 páginas de concentración absoluta. Una mosca con su tze-tze nos obligará a retroceder 3 páginas, sino todo el capítulo.  Nos hace creer que son muchas historias entrelazadas que se cuentan todas simultáneamente, como las hebras en el motivo de un telar. Y si te descuidas, el autor le pasa el micrófono a otros personajes y pierdes el hilo. Pero en realidad es una sola historia.

“Se decía que el señor Manelinho otra mujer, otros hijos, cuando empecé a crecer su modo de observarme cambió y yo, aunque vestida, sin blusa ni falda, con vergüenza de ocultarme en las manos, todo se alteraba en mí, perdía ángulos agudos, adquiría una especie de majestad redonda que me confundía, mi hermano mayor no me conoció de esa manera, me conoció en cuclillas en el jardín empujando a un escarabajo con un palito, si el bicho se girase hacia mí saldría corriendo, un domingo los dos nos llevaron a comer a la sierra, me gustaban los huevos cocidos y hoy me hartan, al dejar el quiosco, ya cerca de casa, continuaba sintiendo al señor Manelinho clavado a mi espalda, susurrándome elogios que los pinos diluían y, por primera vez, no sé qué en mi cuerpo que me dio miedo, ablandándome, consintiendo, un escalofrío en los muslos, una especie de suspiro vaciándome, yo dolida conmigo misma y, aunque dolida, cómo se explica esto, aceptándolo, vi a mi madre arreglando las dalias en el arriate, miré hacia atrás y ningún señor Manelinho, cómo rayos volvió al quiosco tan deprisa, mi madre esculpiendo corolas —¿Te pasa algo? y yo en silencio puesto que si hablase en lugar de palabras un soplo, enfadada las piernas que amenazaban con doblarse,”

Por momentos creí que se trataba de poesía disfrazada de prosa. Las almas fracturadas que se pasean entre sus páginas son reales, como si en cualquier momento escaparan del libro y salieran a caminar por la calle, compraran el pan, leyeran el periódico, rieran y bostezaran. Se meten en nuestra cabeza y nosotros en la de ellos. Me sentí dentro de sus cuerpos, estuve dentro de su piel, calculé el ritmo sus latidos. Su sudor no es más salado que el mío.

Ahora entiendo porqué su nombre suena entre los grandes. Es como si él hubiera sido niña, joven, mujer, anciana. Todo en esta vida. Teje su historia con una urdimbre tupida. Numerosos capítulos que abordan la historia en diferentes espacios temporales y todos están entrelazados en un mismo párrafo, sólo separados por una coma, si es que. A pesar de ello, se entiende perfecto. Pero es agotador. El nivel de concentración que exige al lector es descomunal.  Quizás tan descomunal como su capacidad de trabajo para parir estas obras.

 

Antonio Lobo Antunes (1 de septiembre de 1942, Lisboa, Portugal) Estudió Medicina y se especializó en psiquiatría por presión familiar pero siempre había sentido una pasión sin límites por la literatura y quería ser escritor. Participó de la guerra colonial de Angola y en 1979 publicó su primera novela Memoria de elefante mientras también trabajaba como psiquiatra. A partir de 1985 pudo dedicarse íntegramente a su actividad literaria y periodística, su obra ya empezaba a ser conocida en el extranjero y recibió el premio de novela de APE. La publicación de Tratado de las pasiones del alma en 1990 lo consagró internacionalmente. Su obra ha sido traducida a diversos idiomas y ha recibido numerosos galardones. Ha sido el primer portugués distinguido con el Premio Juan Rulfo.