La motivación de nuestros hijos en el estudio

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 CÉSAR A. GÓMEZ MONTIEL – DIRECTOR DE CAPACITACIÓN – SANTO TOMÁS EDUCACIÓN CONTINUA PUNTA ARENAS

Si pensamos en la vida diaria de nuestras familias, seguramente se nos viene a la cabeza recuerdos de situaciones muy diversas. Por una parte, encuentros entrañables compartidos con seres queridos y con quienes los vínculos afectivos y personales proporcionan una confianza y sentimientos especiales. Por otra, momentos de dificultad en los que la convivencia y el entendimiento de unos con otros, así como el manejo de las emociones, que tienen lugar ante una discusión, un conflicto o un cambio se convierten en un reto para la familia.

Desde que comenzamos a relacionarnos con otros -al hacernos mayores- empezamos a percibir la complejidad que se esconde detrás de la comunicación entre personas. Sin embargo, al convertirnos en padres, tomamos además conciencia de la dificultad de educar y enseñar a nuestros hijos en este sentido.

 

“La motivación puede ser la clave del éxito”

Afirman que en cierta ocasión el genio de Albert Einstein desmintió que sus descubrimientos fueran fruto de su brillante inteligencia. De hecho, él mismo presentó diferentes problemas de aprendizaje durante su etapa escolar que lo relegaron a un plano muy discreto. Einstein aseguraba que todo el mérito no era tanto de su inteligencia sino de su perseverancia. En otras palabras tenía una gran motivación para triunfar en aquello que se propuso.

Cuando un niño se enfrenta al reto de ir al colegio, asumir aprendizajes, hacer exámenes y aprobarlos, sus resultados van a venir determinados por dos grandes factores:

  1. Su capacidad intelectual. Es decir, su potencial de aprendizaje.
  2. Su motivación para el estudio.

Sin embargo, como padres modelos ¿somos coherentes con lo que pedimos?

Los niños siempre aprenden más por lo que ven en sus modelos de referencia (normalmente padres) que por las instrucciones verbales que reciben de los mismos. Esto quiere decir que si quiero motivar a mi hijo, debo ser el primero en dar el ejemplo. Cómo puedo pedirle que lea un libro, que haga sus deberes, que se esfuerce, si nunca me ha visto tomar un libro y disfrutar de su lectura y además se lo recuerdo recostado en el sofá bebiendo una cerveza. Aunque el padre pueda alegar en su defensa que él ya ha trabajado y ahora se merece un descanso, de poco servirá si queremos motivar a nuestro hijo hacia el esfuerzo. No se trata de adoptar ningún rol especial sino de pedírselo con sinceridad, sentándose con él, diciéndole lo feliz que se siente de poder ayudarlo y lo importante que es para sus padres verle hacer sus deberes, estudiar y cumplir sus objetivos.

Si como adultos no hemos sabido transmitir ilusión, pautas, objetivos, constancia y también por qué no, recompensas, no estaremos en las mejores condiciones para motivar a nuestros hijos, nadie puede esperar cambios instantáneos sin esfuerzo, debemos ser perseverantes como padres. Los resultados llegarán aunque cuesten, pero llegarán.