Voluntarias de la Bomba Chile: Mamás de casco y capote

0 Comments

Bomberas conjugan tiempo para el hogar, el trabajo, los estudios y el servicio a la comunidad, codo a codo con sus camaradas en la emergencia.

En la actualidad, cerca de 30 mujeres pertenecen al Cuerpo de Bomberos de Punta Arenas, de las cuales 5 visten la tricota de la Bomba Chile, más conocida en la ciudad como la Segunda Compañía. Cada una de ellas es mamá, con historias diferentes y que concuerdan en una sola pasión: servir al bienestar de la comunidad.

“Buscaba una experiencia nueva y aquí estoy todavía, desde el 2006 que ingresé a los bomberos y nunca más quise salir”, confiesa Stephanie Millaneri Raín, quien, a diferencia de muchos miembros de las filas institucionales, no tiene un pasado familiar en la institución o amigos que la impulsaran a ingresar, fue sólo “escuchar el llamado”, lo que la hizo acercarse al cuartel.

“A pesar de que trabajo y que soy mamá, doy todo el esfuerzo para cumplir en un 100%”, reconoce orgullosa la voluntaria de 24 años, quien además es Técnico Parvularia.

Similar es la situación para Claudia Gutiérrez Pillancari, quien ingresó en noviembre de 2013 a las filas, impulsada -según admite- por una pasión que mantuvo cautiva por mucho tiempo. “Le pedía a mi marido que me llevara a las emergencias para ver cómo trabajaban los bomberos y empecé a averiguar sobre las compañías de agua, luego que unas amigas me invitaran a unirme”.

Mamá de dos niños de 10 y 15 años, hoy espera a su tercer retoño, lo que con sus 6 meses de embarazo le impide a acudir a emergencias, aunque no la mantiene en lo absoluto alejada de la compañía, donde acude periódicamente para hacer “vida de cuartel”.

Una historia particular tiene María Angélica Conde, chica colombiana de 27 años, quien hace 4 años vive en nuestro país, ya que el ímpetu por ayudar en complejos momentos la llevó a enlistarse en la institución, luego de que, tras realizar un curso de buzo de rescate, despertó esa necesidad de asistir a quienes se encuentran en riesgo vital en condiciones adversas.

“Practico el buceo deportivo e hice este curso de rescate, principalmente orientado a ayudar a quienes entran en pánico o sufren falla en su equipo. Con ese conocimiento y con las ganas de ayudar a otras personas fue que llegué a los bomberos”, expresó.

Angélica es estudiante de la Universidad de Magallanes y tiene un pequeño de 12 años que la espera en Colombia.

Noemí Vargas Navarrete, a sus 28 años, es madre de tres pequeños y pertenece a la “Segunda” hace dos años.

A diferencia de las voluntarias anteriores, fue su marido, bombero de la misma compañía, quien la entusiasmó a vestir capote y casco. “Por ahí, nació mi inquietud. Me llamó mucho la atención lo que él hacía, siempre lo acompañaba y por ahí me fue picando el bichito”.

Confidencia que han hecho un arreglo con su marido para acudir a las emergencias, no descuidando nunca a sus retoños, por lo que se turnan los llamados. “Una vez tú, una vez yo”, acordaron y además rescata la imagen que sus hijos se han forjado de sus padres. “Ellos nos ven como súper héroes; saben y reconocen la labor de los bomberos, están súper felices y, el día que ellos quieran integrarse, tendrán nuestro apoyo”, remarca.

Fue la imagen de su padre, antiguo bombero de la 5ª compañía, “Pompe France”, la que impulsó a Raquel Haro González de 23 años, mamá de un bebé de 8 meses, a integrarse primeramente a la Bomba Barrio Arturo Prat en 2009 y luego a integrar las filas de la Bomba Chile.

Estudiante de Derecho de la Universidad de Magallanes rescata, al igual que sus compañeras, el trato igualitario que tienen en las emergencias sus camaradas de compañía, con quienes combaten codo a codo los siniestros.

“Nos tratan con respeto, nos cuidan como a todos, pero en la emergencia estamos de igual a igual, a la par con los bomberos”, comenta la blonda voluntaria.

Las chicas reconocen que no han enfrentado situaciones donde hayan sentido miedo o que las haya llevado a cuestionarse su voluntariado. Por el contrario, remarcan la satisfacción que les provoca el poder ayudar al prójimo.

Comentan, eso sí, que la muerte de una víctima es lo más sobrecogedor, pero que, lejos de ahuyentarlas, les provoca tristeza y tomar más resguardos para volver a su hogar con sus hijos y familias.