La lucha de María Belén y Gabriela por el reconocimiento de su co-maternidad

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Elia Simeone R.
Revista@fempatagonia.cl

Al ingresar a la casa de la familia Román Opazo, nos envuelve un ambiente hogareño. El árbol de Navidad hermosamente adornado destaca en una esquina del living.

Gabriela nos recibe con una sonrisa amable y pide que la acompañemos a la habitación principal mientras termina de dar mamadera a los mellizos Gael y Borja, de apenas dos meses y 14 días.

 

Con la empatía de una mujer que ha tenido que criar a tres hijos, le comento que me imagino que, a veces, debe ser cansador atender simultáneamente a dos bebés y a Silvestre, de tres años, quien también está sobre la cama.

Silvestre, ante la sugerencia materna, nos lleva a conocer su pieza. Allí nos dice que ha estado jugando con su mamá a un juego de policías que controlan a conductores. Nos muestra sus otros juguetes y nos dice que tiene dos hermanitos.

Ante una petición nuestra, busca unos balones pequeños y comenzamos a lanzarlos al diminuto cesto de básquetbol que también está en un costado de la habitación.

“Elia, ¿quieres un café?”, nos pregunta Gabriela cargando a uno de los mellizos. Vamos a la cocina, me entrega la taza con el aromático brebaje y, mientras me siento en una silla de la mesa del espacio del comedor, escucho cómo Silvestre le pide a su madre que me lleve galletas de Navidad. El mismo me prepara un plato con las masitas dulces y, mientras comenzamos la entrevista, el pequeño se sienta a nuestro lado y se apresta a “escribir” una carta al Viejito Pascuero.

La historia de amor de Gabriela y María Belén

El hogar Román Opazo surgió de la relación de amor entre Gabriela Román Amarales, profesora de Matemáticas y Física, y María Belén Opazo Pizarro, chef. Ellas comenzaron a ser pareja en 2013 y el 29 de octubre de 2016 contrajeron el Acuerdo de Unión Cívil, “más que nada para preparar el terreno y ser mamás de estos pequeños”, acota Gabriela.

Inicialmente, proyectaron ser madres de dos pequeños, alternándose cada una el embarazo. Por ello, cuando extendieron la invitación a la fiesta de unión civil, les pidieron a sus invitados que, en vez de llevarles regalos para la casa, les ayudaran a juntar dinero para poder ser mamás.

Se asesoraron con un especialista en fertilidad asistida, Cristian Jesam, quien les recomendó trabajar con el banco de esperma California Cryobank. Adquirieron cuatro muestras, luego de haber escogido en conjunto con María Belén al donante. En junio de 2017 Gabriela se sometió a la primera inseminación artificial que fue exitosa. En abril de 2018, nació Silvestre.

La lucha por la co-maternidad

“Como somos una familia homoparental, el Estado no nos protege”, es la queja que expresa Gabriela al momento de iniciar el relato de la dolorosa experiencia que tuvieron cuando fueron al Registro Civil a inscribir a su hijo.

“Allí sufrimos la primera discriminación, pues no aceptaban que María Belén fuera madre de Silvestre y, por ende, que llevara su apellido. Como yo lo había parido, lo tuvimos que inscribir sólo con mi apellido como si hubiera sido hijo de una madre soltera, siendo que mi estado civil no era soltera”.

Silvestre fue inscrito, entonces, como Román Román, “con el dolor de nuestra alma”, acota Gabriela.

Se contactaron con abogados amigos e iniciaron un camino legal, que tuvo un primer traspié. Hasta que surgió la histórica sentencia dictaminada en 2020 por la jueza Macarena Rebolledo del Segundo Juzgado de Familia de Santiago que, por primera vez en nuestro país, reconoció derechos filiativos a dos mujeres respecto de su hijo y ordenó al Registro Civil inscribir al niño como hijo de dos madres: Gigliola Di Giammarino y Ema de Ramón.

Este caso fue inspirador para Gabriela y María Belén, pues marcó un precedente al reconocer la doble maternidad como resultado de una interpretación integradora de la Constitución con el fin de resguardar los derechos fundamentales del niño Atilio.

Agradecen a Ximena Peralta y a Sebastián Mansilla, quienes, ad honorem, las apoyaron en el camino legal. Con el apoyo de sus familias, del propio jardín infantil al que asiste Silvestre, reportes médicos, presentación de peritajes y la construcción de redes más amplias que le permitieron presentar diversos testigos para la nueva causa, se embarcaron en esta justa legal.

En ella, Gabriela, a nombre de Silvestre, demandó a María Belén alegando que ella no se estaba haciendo cargo de su rol de madre. Se buscaba “forzarla” a allanarse.

Mientras estaban envueltas en este largo proceso, en el verano 2019 a 2020 realizaron otros dos intentos de fertilización asistida que fracasaron. Al año siguiente, usaron la última muestra, procedimiento que fue exitoso, naciendo de él los mellizos Gael y Borja.

Pero, no todo fue alegría, porque en este tiempo falleció la madre de María Belén, lo cual golpeó muchísimo a la joven.

Cuando acudieron al Registro Civil para inscribir a sus hijos como Román Opazo, pensando que iba a ser posible porque ya había sido promulgada la ley que permitía colocar primero el apellido de la madre biológica, sufrieron otra decepción pues aún no estaba habilitado el proceso.

La vida siguió y, tras una larga batalla legal, lograron que el 7 de diciembre de este año el Juzgado de Familia de Punta Arenas fallara a su favor, dictando una sentencia histórica e inédita en Magallanes, reconociéndoles su co-maternidad respecto de Silvestre.

Las lágrimas de María Belén

Gran parte del relato lo realiza Gabriela, pues María Belén estaba trabajando fuera del hogar al momento de realizarse esta entrevista. Al llegar, también nos saluda con amabilidad y le preguntamos qué sintió cuando el fallo del tribunal puntarenense por fin le reconoció su condición de madre de Silvestre.

“Fue emocionante”, comienza a decir, pero se quiebra y sus ojos se llenan de lágrimas. Recuerda que esto pasó cuando su propia madre, quien siempre fue su apoyo, ya no estaba con ella.

El caso de Gabriela y María Belén coincidió con la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, pero entienden que aún habrá que seguir luchando para que el Estado proteja a las familias homoparentales y garantice los derechos a los hijos de éstas.

Al dejar el hogar de la familia Román Opazo, Silvestre me detiene y me pide que lleve la carta que él había “escrito” al Viejito Pascuero. Me da un besito y me abraza, llenándome de emoción y ternura.

Tomo la carta y pienso que el mejor regalo de Navidad para esta familia es que el Estado, finalmente, les garantice sus derechos y que tanto él como Gael y Borja pronto lleven los apellidos Román Opazo.