Antártica, el maravilloso lugar donde pocos han puesto un pie

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Elia Simeone R.

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esimeone@laprensaaustral.cl

 

Se abre la puerta y se siente el frío. Unas pequeñas chispitas de agua-nieve comienzan a caer y nos perseguirán en todo nuestro recorrido.

¡Qué mejor bienvenida a la Antártica!

Inmediatamente puesto un pie en tierra sucede algo misterioso: una tremenda emoción y alegría sobrevienen. Sabemos que llegamos a un lugar especial, a una zona única en el mundo.

No importa cuántos lugares antes hayan visto nuestros ojos; no importa cuántas bellezas naturales y arquitectónicas se hayan apreciado antes.

La primera preocupación desaparece: hace frío, pero no tanto, lo cual augura que podremos cumplir sin mayor dificultad el recorrido preparado por nuestros gentiles anfitriones, las y los guías de Aerovías Dap, la empresa magallánica que cubre la ruta desde el aeropuerto Carlos Ibáñez del Campo de Punta Arenas al aeródromo Teniente Rodolfo Marsh Martin, en la base chilena Eduardo Frei.

El vuelo de casi dos horas estuvo sencillamente espectacular y con un buen servicio a bordo. Resulta divertido ver caras y compartir con una docena de coreanos que ha charteado el avión, equipos de investigadores del Instituto Antártico Chileno (Inach) y del Centro del Cuaternario de Fuego Patagonia (Cequa); y algunos periodistas ingleses y rusos.

A riesgo de usar un cliché, se trata de un sueño hecho realidad.

 

Isla Rey Jorge y Península Fildes

Dap nos deja en la península Fildes, donde está la referida base Frei, pero también el único poblado con familias y civiles que viven en forma permanente en el territorio antártico: Villa Las Estrellas. Con orgullo, sabemos que es chileno.

Este pedazo de tierra está dentro de la isla Rey Jorge, que tiene otras denominaciones como muchas cosas en la Antártica y ello debido a las proyecciones soberanas de muchos países que se entrecruzan. Para los argentinos, se trata de la isla 25 de Mayo; para los rusos, de isla Waterloo; y para los británicos, King George.

Como se la quiera denominar, es la mayor de las islas que pertenecen al archipiélago de las Shetland del Sur.

Fue descubierta en 1819 por el explorador británico William Smith y actualmente en ella conviven bases militares y científicas: Gran Muralla China (China); Bellinghausen (Rusia); y Escudero y Frei (Chile).

 

Belleza serena y riqueza paleobotánica

El 90% de la isla está cubierta de hielo y nieve. Nosotros estamos pisando una parte del restante 10% de tierra y mirando a corta distancia podemos ver cerros y elevaciones completamente cubiertos de blanco.

Las cámaras no paran. Todos quieren atesorar el momento.

Al pie de uno de los tradicionales tótem que indican a cuánto están las más diversas ciudades chilenas y del mundo, pasan casi inadvertidos dos trozos de… ¿roca?

Juan Carlos Aravena, científico del Inach y del Cequa, nos corrige amablemente: son árboles fosilizados. Probablemente, dos troncos de especies de araucarias, las que denomina proto-araucarias y que datan de hace 120 millones de años.

Ahí comenzamos a ver a la Antártica con otros ojos, al saber que estamos pisando, viendo, respirando y sintiendo un lugar que es, por excelencia, un laboratorio viviente, como si todas las respuestas del mundo pudieran estar atrapadas entre sus hielos.

De hecho, la zona antártica está protegida, más allá de las disposiciones del Tratado Antártico, por acuerdo de cada país que valora que en ella hay riquezas inestimables desde el punto de vista paleobotánico, de la geología y la glaciología, principalmente.

Cada ser, animal o vegetal, tiene un valor incalculable. Por ello, nuestro recorrido se acota a trayectos predeterminados que buscan que podamos conocer, pero ocasionando el menor impacto ecológico posible.

Desde los troncos fosilizados, que cobran el valor que tienen ante nuestros ojos al saber de qué se tratan, levantamos nuevamente la mirada hacia los entornos nevados y cerros. Todo es belleza y serenidad.

Como la Antártica es la gran parte del año un territorio hostil, en términos de temperaturas y vientos, los que viven allí requieren ser cordiales y cooperadores.

Por eso, nuestro centro de operaciones está en una de las dependencias de la base rusa Bellinghausen, lo que resulta chistoso para quienes somos chilenos y miramos sólo metros más allá las instalaciones de la Fuerza Aérea, de la Armada y del Inach.

 

Pingüinos y un curioso lobo marino

Aprovechando el buen tiempo, nuestros guías nos recomiendan ir en zodiac a la isla Ardley, donde se encuentra una gran colonia de pingüinos Papua y numerosas aves antárticas.

El mar es benigno con nosotros y el desplazamiento resulta placentero. Sigue chispeando agua-nieve y en una bahía aledaña apreciamos un buque científico ruso.

Desde un roquerío, unas skúas observan, sin inmutarse, nuestro desembarco.

Y allí están, en la orilla de la playa: los inigualables pingüinos. Simpáticos, sosegados, quizás acostumbrados a la presencia humana, la cual parecen no temer. Más bien, con una curiosidad que sobrecoge, tienden a acercarse. Sus pichones están merodeando, disponiéndose ya a echarse por primera vez al mar.

El joven científico alemán que tiene la gentileza de ser nuestro guía nos explica cuáles son los procesos reproductivos de los pingüinos, las especies que viven acá y en zonas cercanas y también nos da luces sobre los pequeños líquenes, musgos y hongos que cubren algo la parte de tierra y las algas que fueron arrojadas por el mar. Entre tanto, alguien encuentra un krill, el alimento por excelencia de los mares antárticos.

Sobre el horizonte, unos petreles vuelan y, de pronto, sucede algo espectacular. Se asoma una cabeza grisácea, es un lobo marino que merodea por una presa fácil, cual son los pichones de pingüinos.

Va y viene y cada vez se acerca más a la orilla. Ante nuestra incredulidad, sale del agua y se queda, con su torso levantado, expectante, anhelando que un joven pingüino cometa la torpeza de tirarse a las frías aguas.

Se trata de un cuadro natural y mágico que apreciamos como un regalo inmerecido.

Así, abordamos nuevamente el Zodiac y regresamos a la bahía Fildes. Un chocolate caliente o un café sabrán mejor que nunca.

 

Iglesia ortodoxa

En tierra firme, vamos luego por otra maravilla, esta vez hecha por los hombres. Se trata de la Iglesia de la Santa Trinidad, que es una pequeña, pero hermosa capilla del culto ruso ortodoxo que se levanta sobre un peñasco, dentro de los límites de la base Bellinghausen.

El guía comenta que su construcción fue posible gracias a que se realizó en Rusia una colecta pública a inicios del año 2000. Las piezas se trajeron y se armaron cual legos modernos.

Su interior resulta fabuloso, por las iconografías y dorados típicos del rito ortodoxo.

 

Teniente Luis Pardo Villalón, un orgullo

Dentro del recorrido obligado por las instalaciones chilenas, el más emotivo fue al pie de un pequeño busto, que bien podría pasar inadvertido entre tantos aperos y maquinarias.

Pero, agradecemos que la guía haya tenido la deferencia de hacer un alto. Así, resulta impactante el relato, escuchado en otro idioma y como si esto le diera más realce aún, de la gran hazaña que protagonizó el Teniente Luis Pardo Villalón (1882-1935), quien comandó al escampavía Yelcho, nave que protagonizó el rescate de la misión científica del inglés Ernest Shackleton que estuvo ocho meses en la isla Elefante sorteando el duro invierno antártico y con riesgo de no sobrevivir. Ello, luego de que el bergantín Endurance se quedara atrapado por los hielos.

Tras la breve reseña, el chauvinismo arrecia y una no puede dejar de sentir orgullo de que ese marino haya sido chileno y haya rechazado la millonaria recompensa que le ofreció el gobierno británico.

“La tarea es grande, pero nada me da miedo: soy chileno. Dos consideraciones me hacen hacer frente a estos peligros: salvar a los exploradores y dar gloria a Chile. Estaré feliz si pudiese lograr lo que otros no. Si fallo y muero, usted tendrá que cuidar a mi Laura y a mis hijos, quienes quedarán sin sostén ninguno a no ser por el suyo. Si tengo éxito, habré cumplido con mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando usted lea esta carta, o su hijo estará muerto o habrá llegado a Punta Arenas con los náufragos. No retornaré solo”, es parte de la carta que el Teniente Luis Pardo envió a su padre tras aceptar la empresa del rescate y que da cuenta de su carácter.

Tras esto y al dejar atrás la magnificencia antártica, nos embarga una sensación de pleno orgullo y deleite: llegamos a un lugar donde pocos han posado sus pies.