Cómo enfrentar la vida sin un pecho

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María Eugenia Ojeda y su odisea de usuaria “impaciente”

“Siempre les planteé a los especialistas mi condición de paciente en riesgo”, indica. Sólo uno de ellos, hace ya unos doce años, le informó que existía la mastectomía preventiva. Cree que él fue el más riguroso. Sin embargo, por un tema de edad, ella desestimó en ese entonces ese camino.

El año 2010 se manifestaron los primeros indicios de que algo no andaba bien. Insistió en obtener una pronta atención, incluyendo el poder ser sometida a una biopsia y, por diferentes trabas, especialmente la carencia de horas y de no poder realizar ciertos exámenes en el Hospital Clínico (le pedían que se los hiciera de forma particular), fue recién un año después que se le realizó ese test y se le informó que el cáncer ya estaba instalado y que debía someterse a tratamiento, partiendo por la extirpación de la mama.

Desde ahí, María Eugenia -a la vez que se somete en Santiago a tratamiento, cirugía y radioterapia- ha mandado cartas al diario, ha estampado reclamos por lo que considera una atención deficiente, mezquina en información oportuna y clara a las pacientes.

Entre lo que reclama es que ella advertía en sus controles regulares que su mamá, sus tías y algunas primas de su edad habían sufrido cáncer de mamas. Entonces, plantea que lo que le sucedió a ella fue por el hecho de no poder acceder a un estudio especial de células cuyo costo bordea los $800.000. Ni las Isapres ni la salud pública cubren dicho costo.

Su odisea

María Eugenia Ojeda tiene 49 años, dos hijos universitarios y actualmente se desempeña como profesional de apoyo de la Municipalidad de Punta Arenas.

IMG_0099Los antecedentes familiares hicieron que María Eugenia estuviera pendiente de cualquier señal que pudiera indicarle que ella desarrollaría esa misma afección. Y, lo más importante, mantuvo siempre sus controles rigurosos al día y, además, fue activa en consultar y conversar con médicos o matronas respecto de estos factores de riesgo.

De mirada vivaz y risa fácil, ella es una valerosa “impaciente”. De vuelta en Punta Arenas, ya para someterse a quimioterapia, trajo la mejor peluca para hacer frente con la mayor dignidad posible el doloroso impacto de la calvicie. Ese proceso lo vivió casi en la totalidad de manera ambulatoria y sin licencia médica. Nada de encierro, salvo el estrictamente necesario.

Con su experiencia realiza comparaciones: en Santiago, los equipos son más resolutivos y acogedores; en Magallanes, se necesitan más especialistas que entreguen información relevante para tomar decisiones oportunas.

Ocho sesiones de quimioterapia, 25 de radioterapia y muchísimos exámenes y, ahora, tratamiento farmacológico por cinco años, no han apagado esa chispita que le brilla en los ojos y que da cuenta de su fuerza y amor por la vida. Pero las preguntas continúan: “¿Doctor, y qué pasa con la otra mama?”. Otras biopsias y nuevos exámenes. Siempre porque ella insiste en preguntar y las respuestas siguen siendo ambiguas.

Medicina antroposófica

Ya es habitual complementar terapias, especialmente porque la medicina occidental no acoge a la integralidad de la persona. Cuerpo, mente, alma son una unidad.

María Eugenia encontró en la medicina antroposófica un bálsamo para el lado espiritual de su problema de salud. Abordar el stress, la incertidumbre, priorizar de nuevo y canalizar energías.

En lo humano, reencontrar amistades que se creían perdidas, sentir la cercanía de las personas queridas. Y continuar viviendo, porque ella sabe que será así.