Por Andrea Rojas Herrera
Las últimas noticias dejaban en evidencia que las cosas se complicarían cada vez más. El Memch comprobaba a través de Graciela, Domitila y sus compañeras que el llamado a unir fuerzas por metas incluyentes sería difícil. Si en 1935 era complejo considerar a todas las mujeres en las leyes del país, era más engorroso todavía llegar hasta las señoras, esposas y señoritas con el afán de disuadirlas de ejercer la libertad que no conocían.
Elena Caffarena lo esperaba. Si en casa de los caballeros las damas no podían ser independientes para tomar sus propias decisiones, la agrupación feminista tendría que estar dispuesta a sacar unas cuantas vendas de los ojos, aunque eso significara trabajar con más firmeza en las futuras intervenciones.
Por eso, ante las embestidas de grupos contrarios como la ya conocida publicación del 7 de septiembre, donde señalaban al Memch como una agrupación de «comunistas» con «cerebros enfermizos o desquiciados», la respuesta de Caffarena no se hizo esperar:
«No hay confusión posible, señoras. (…) Para alejar a las mujeres de nuestra organización, se nos tacha de comunistas, pero este es un recurso ya muy gastado y que no impresiona a nadie. En este país, todo lo que sea mostrar las lacras sociales y señalar su verdadero origen se llama comunismo…».
Y con respecto al aborto, finalizó:
«(…) sólo queremos recordarles a las señoras de la ‘Acción Nacional de las Mujeres de Chile’ las palabras que Cristo dijo a las mujeres de Judea: quien esté libre de pecado, lance la primera piedra».
Elena Caffarena, Secretaria General del Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile