Graciela Catrilef: “Fueron ocho años de espera con dolor”

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De niña cojeaba un poco y siempre pensó que algo no funcionaba bien en su cuerpo. Recién supo, pasados los cuarenta años, que tenía displasia de cadera. Tras casi una década esperando una operación en el sistema público, había perdido las esperanzas de curar esta dolencia.

 

Conversa de pie mientras cocina. Parece rutinario, pero para Graciela Catrilef no lo es. Casi la totalidad de sus 56 años sufrió dificultades para estar de pie y para caminar debido a una displasia de cadera, enfermedad que se produce cuando la cabeza del fémur y la cavidad articular de la pelvis no se desarrollan  correctamente, lo que genera un desplazamiento anormal y dolor.

La displasia se da principalmente en recién nacidos y se trata durante la infancia temprana. Pero no fue lo que ocurrió con Graciela. “Me sacaron mal de la guatita de mi mamá. En esa época no había las herramientas que tiene la medicina hoy. Entonces, me tiraron un poco más y me fregaron la cadera”, dice.

 

“Es el único lugar en el que me han explicado las cosas. El doctor Joaquín Valenzuela,
muy amoroso, me dijo que la cadera estaba trizada desde hacía muchos años. Además, el nervio
ya no estaba en el centro y rozaban hueso con hueso. Me dijo que no sabía
cómo yo todavía podía caminar”.

 

De niña cojeaba un poco, pero nadie le dio mayor importancia. Ocasionalmente sentía dolores leves, pero nada que no se pasara con algún analgésico. Tras quedar huérfana a los ocho años, ella y sus cuatro hermanos fueron repartidos a distintos lugares. Graciela quedó bajo el cuidado de sus padrinos de bautizo, Uberlinda y Federico. “Yo creo que ellos no tenían conocimiento de que existiera la displasia”, cuenta.

A los diez años los problemas empezaron a intensificarse. No podía correr ni saltar, como el resto de los niños. “Sentía que algo no andaba bien en mi cuerpo”, recuerda Graciela. Pero fue con su primer embarazo que la situación se puso más compleja. Mientras avanzaban los meses y aumentaba el peso de gestación de su hija, Viviana, los dolores se intensificaban. Tras el parto, los doctores le dijeron que podría tener displasia, pero no hubo un diagnóstico concreto.

Eterna espera

Oriunda de Fresia, Provincia de Llanquihue, Región de Los Lagos, Graciela Catrilef se radicó en  Punta Arenas hace 33 años. “Siempre, desde jovencita, tuve el anhelo de llegar a vivir aquí”, dice.

“Seguimos acá luchando”, afirma Graciela y agrega que se ganó un proyecto del Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis), lo que le permitió construir un invernadero de 2.500 m2 en una parcela que arrendaba para “cultivar los alimentos de la tierra”: papas, lechugas y tomates, entre otras hortalizas.

Pero la aflicción en la cadera continuó aumentando y Graciela fue al Hospital Clínico de Magallanes, donde le tomaron algunas radiografías. Esta vez sí le dieron un diagnóstico certero: displasia de cadera. La pusieron en lista de espera para una operación. Pero pasaron ocho años sin que el proceso avanzara, la intervención quirúrgica se veía imposible y Graciela ya casi no podía caminar. “No daba más. No podía hacer las labores que acostumbraba dentro de la parcela”, recuerda. Solo le quedó confiar en un milagro. Y este llegó.

¡Un milagro!

Un día de 2018 le enviaron un mensaje desde el Hospital Clínico de Magallanes, que le comunicaba que sería operada de su cadera diez días más tarde en la Clínica Universidad de los Andes en Santiago. Graciela había estado hacía mucho tiempo en la capital, cuando tenía 18 años. “Estaba muy feliz, pero también asustada.

No sabía a dónde me llevarían y no conocía la Clínica. No sabía cómo iba a poder llegar. Entonces, me explicaron que era por beneficencia y que no tenía que preocuparme de nada. Fue una gran oportunidad, perfecta”, comenta.

Viajó acompañada de su hijo Fernando (22 años) y se internó en la clínica. Al tercer día de haber arribado, la operaron. “Es el único lugar en el que me han explicado las cosas. El Dr. Joaquín Valenzuela, muy amoroso, me contó qué es lo que me iban a instalar, qué me iban a quitar y por qué. Me dijo que la cadera estaba gastada desde hacía muchos años. Además, la cabeza femoral ya no estaba en el centro y rozaban hueso con hueso. Me dijo que no sabía cómo yo todavía podía caminar”, cuenta.

La intervención duró dos horas. La convalecencia en la Clínica se extendió por una semana, período en el cual su hijo la acompañó permanentemente. “Me atendieron como a una reina. El doctor subía como dos o tres veces al día para revisar cómo estaba. Al otro día de la operación ya me visitaban una kinesióloga y otros especialistas. Me hacían sentarme en la cama, me movían las piernas y me hacían masajes”, relata Graciela.

 

Según la edad, los síntomas pueden variar. En lactantes, se puede identificar si una pierna es más larga que la otra o si al momento de la muda se siente una cadera menos flexible. En niños, se manifiesta en forma de cojera. Y en adolescentes y adultos, puede generar dolor y grados variables de impotencia funcional, llegando.

 

Tuvo que aprender a caminar de nuevo. Lo hizo, primero, con ayuda de un par de muletas y una kinesióloga, que la visitaba tres veces diarias para dar algunos pasos por su habitación. Poco a poco fue tomando confianza hasta que al cuarto día salió a pasear a los pasillos. Después de ser dada de alta, el doctor le dijo que debía cuidarse a lo largo de todo un año para que las prótesis se asentaran bien. A los seis meses de haberse operado, logró soltar un bastón. Al finalizar el primer año, dejó el otro. Nunca más tuvo que usarlos.

Los dolores a la cadera prácticamente desaparecieron, aunque en los días más helados, sobre todo en invierno, vuelven. “Capto al tiro cuando viene el frío, porque me empieza a molestar la cadera. Pero me abrigo o me pongo un guatero y se me pasa”, relata Graciela.

Ella vive con su marido –quien trabaja en una estancia– y su hijo Fernando. Está enfocada en el cuidado de sus cuatro nietos, que dan vueltas a su alrededor mientras conversa. Se emociona al recordar la operación. “Estoy muy agradecida de la clínica. Fue un milagro para mí. No esperaba esa atención y esa recuperación tan pronta. Fueron ocho años de espera con dolor. ¡Que Dios cuide a esos doctores y les dé más sabiduría! Tienen unas manos de ángel. Ojalá que puedan ayudar a muchas personas que están pasando por esto. Ojalá que Dios les permita seguir apoyando a gente que no puede operarse en forma particular. ¡Gracias a Dios, a esos doctores y a esa institución me siento realizada!”, finaliza Graciela Catrilef.

 

 

Dr. Valenzuela: “Después de estas cirugías,
vuelven a tener una vida normal”

“Realizamos una prótesis total de cadera, que es una cirugía bastante frecuente. La paciente tenía

displasia y artritis reumatoide, lo que hacía que el hueso tuviera peor calidad, que fuera más blando, lo que dificultaba un poco la cirugía”, explicó el Dr. Joaquín Valenzuela, traumatólogo del equipo de cadera y pelvis de Clínica Universidad de los Andes.

“Ella llevaba varios años en lista de espera. Uno ve a pacientes que están muy limitados en sus actividades de la vida cotidiana, que no pueden trabajar o que incluso tuvieron que hacer una jubilación anticipada. Después de estas cirugías, vuelven a tener una vida normal y a integrarse a sus actividades de la vida diaria con completa normalidad e independencia. En ese sentido, siempre es gratificante resolver un problema con algo que uno sabe hacer y que los pacientes agradecen mucho”.

En el Hospital Clínico de Magallanes le dieron un diagnóstico certero: displasia de cadera. La pusieron en lista de espera para una operación. Pero pasaron ocho años sin que el proceso avanzara y la intervención quirúrgica se veía imposible. Solo le quedó confiar en un milagro. Y este llegó.

 

Displasia de cadera es 3 a 5 veces más frecuente en mujeres que en hombres

La displasia de cadera se produce cuando la cabeza del fémur y la cavidad articular de la pelvis no se desarrollan correctamente, lo que genera una incongruencia de la articulación y puede darse en grados diferentes de severidad. 

La displasia de cadera es una de las enfermedades del desarrollo del sistema musculoesquelético más frecuentes en los recién nacidos. Tiene un componente hereditario, se presenta entre el 0,1% y el 3% de la población y es tres a cinco veces más frecuente en mujeres que en hombres. Si es diagnosticada durante la infancia temprana, se puede corregir con un tratamiento ortopédico, a través del uso de un dispositivo de inmovilización flexible y cómodo. Sin embargo, los casos leves de displasia de cadera no muestran síntomas hasta que la persona alcanza la adolescencia o la adultez, comenzando a esa edad con dolor y generando artrosis precozmente.

En el caso de los niños, si bien no les duele ni les molesta, se aprecia una asimetría en los pliegues (rollitos) de las piernas y, a veces, se puede percibir un acortamiento de una de las piernas (en las caderas luxadas solamente). También se puede producir un chasquido o rigidez al mover la cadera. En tanto, en adolescentes o adultos jóvenes aparece dolor en la zona de la ingle cuando realizan actividad deportiva y, en ocasiones, pueden percibir la cadera como inestable.