HISTORIAS DE MUJERES DESTACADAS POR NUESTRAS LECTORAS: LUISA MARÍA CARO PÉREZ, LA MATRIARCA KAWÉSQAR

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En una época donde pertenecer a un pueblo originario era sinónimo de vergüenza y precariedad, consiguió sortear todos los inconvenientes y sacar adelante a su familia.

 

Fuerza, convicción y determinación, características que describen la historia y el carácter de Luisa María Caro Pérez, una mujer perteneciente a la comunidad Kawésqar K’skial, que pese a vivir en una sociedad que la discriminaba por ser una niña indígena, analfabeta y huérfana, logró superar esos estigmas y formar una hermosa familia compuesta por sus hijas: Olivia, María, Sandra y Lucía, quienes que se sienten orgullosas de ella y viceversa.

Oriunda de la pequeña comunidad indígena Ancón Sin Salida, una isla ubicada a 8 horas de Puerto Natales “en canoa tradicional”, según especifica Luisa. Ella, la matriarca de una familia de cuatro mujeres fuertes y empoderadas, cuenta que su infancia se vio truncada a los 14 años, cuando su madre falleció.

Este triste evento le significó tener que dejar atrás la apacible vida de su natal isla para tener que emigrar al “pueblo” (Puerto Natales), como dice ella, “a pasar de casa en casa”, junto a tres hermanas menores, de una familia de más de 20 hermanos, algunos de ellos fallecidos al nacer.

Su madre fue un pilar fundamental en su vida, ella era Kawésqar de tomo y lomo: cazaba, pescaba, hacía artesanía, navegaba los ríos y canales, cuidaba de sus hijos, sostenía la casa y su padre, en cambio, era un hombre proveniente de Puerto Montt que sólo se dedicaba a dar órdenes, cuenta Luisa.

 

“A mis hijas yo les inculqué que estudiaran, que fueran independientes y que no se dejaran maltratar por ningún hombre”.

 

 

“Mi papá era un hombre machista que trataba muy mal a mi mamá. La pobrecita tuvo muchos niños que no alcanzaron a vivir un día, pero, pese a todo lo malo, ella nos transmitió amor, cariño y todo lo que sabía hacer. Cuando falleció, comenzó el calvario para nosotras, las menores que quedábamos en la casa”.

Ante la pregunta sobre qué significa ser de una comunidad indígena, mujer y huérfana, en un lugar desconocido, a Luisa se le llenan los ojos de lágrimas: “Es triste… Nosotras no sabíamos leer, ni escribir, no teníamos cariño, porque nuestros hermanos mayores eran mezquinos, nos trataban como si fuéramos animalitos”.

Caro recuerda:  “La gente del pueblo a nosotros nos odiaba”. Sin embargo, se trataba de unas niñas vulnerables e inocentes que quedaron desamparadas luego del fallecimiento de su madre. “Nuestra mamá nos enseñó a cazar, a hacer canastillos de junco, a elaborar remedios naturales y a convivir en armonía con la naturaleza, pero por sobre todo, nos enseñó a ser buenas personas, a ser solidarias y esos mismo valores yo se los transmití a mis niñas”.

Con orgullo, Luisa nos cuenta como ella sola sacó adelante a su familia: “Yo no contaba con mi marido, él no trabajaba ni ayudaba en casa. Yo salí adelante haciendo lo único que aprendí a hacer, que era trabajar en las pesqueras”.

Con ese salario, mantuvo su hogar, a sus niñas y, entremedio, hizo lo mismo que su madre, les transmitió su cultura ancestral, les enseñó su artesanía, a hacer sus preparaciones medicinales, a cazar y a ser mujeres fuertes e independientes.

Luisa, lamentablemente, también fue víctima de violencia intrafamiliar, pero, lejos de repetir el patrón, hizo todo lo contrario y depositó lo mejor de ella en sus pequeñas.

“A mis hijas yo les inculqué que estudiaran, que fueran independientes y que no se dejaran maltratar por ningún hombre”.

Hoy sus hijas y todos sus nietos la tienen como una reina o, más bien, como una matriarca Kawésqar, se enorgullecen de su linaje y seguirán propagándolo, gracias a los canastillos de junco que con tanto esmero Luisa María Caro les ha enseñado a hacer.