La femenina libertad de viajar en dos ruedas
Dejaron de ser “mochilas” y hoy salen a “rodar”
-¿Cuánto vale? -lanzó sin pensar la pregunta Cecilia Ovando, 43 años.
El cuerpo clásico de la Honda Cb-1 la flechó de entrada. Quienes saben dicen que es ágil, confiable y económica, pero -hace dos años- ella no tenía ningún antecedente. Ni siquiera se había subido a una, menos las había manejado. Y ese día no estaba en su mente comprarse una moto. Aun así, dijo: “me la llevo”, desafiando toda lógica.
A Lourdes Vergara, 38 años, la echaron en octubre del año pasado del trabajo. Tenía tanta rabia y frustración que se compró una moto, con parte del finiquito. ¿Por qué lo hizo? Todavía no sabe. “Aprendí a manejar de golpe y porrazo en dos semanas”, cuenta.
Todas ríen y hablan como metralleta. Cada una tiene en el cuerpo alguna fractura, los recuerdos de las caídas y su secreta iniciación que ventilan sin vergüenza en la Guarida, pequeño café con venta de equipos y motos, ubicado en Ignacio Carrera Pinto 1128. Ahí llegan novicias y expertas a intercambiar aventuras y buscar consejos.
Los amigos de Katherine Valenzuela, 26 años, la bombardearon con tallas, porque primero se compró la chaqueta, el casco, las rodilleras y mucho tiempo después la moto, una Honda Invicta usada, combinación perfecta entre la comodidad para el traslado, tecnología y potencia.
-”Le dije a mi papá ‘quiero una’, me dijo que no, me tenía ‘cero fe’. Empecé a trabajar y cuando junté el millón, le pregunté ‘me enseñas tú o le digo a mis amigos’. Me tuvo un mes dando vueltas en círculos en una cancha de pasto. No quería sacarme a la calle” -recuerda.
De “mochila” a piloto
De ellas algunas son solteras, otras divorciadas, madres, esposas, trabajadoras, profesionales, carabineras, y funcionarias de la Fach. Y hoy se abren camino y comienzan a conquistar espacios culturalmente dominados por hombres. Una pasión repentina y fulminante que las libera de sus obligaciones cada vez que salen a “rodar” por la ruta.
-“La moto para mí es adrenalina, libertad, no me preocupo del celular, Facebook. Solo eres tú, la moto y el paisaje, todo lo demás pasa a segundo plano” -dice Karol Srdanovic, 26 años.
Hace tres años quería cambiar su auto y ahí la vio. Fue un flechazo, porrazos varios y seguir al pie de la letra los tutoriales de YouTube. Hoy día viaja a Puerto Natales, Río Gallegos, y Porvenir con la libertad y velocidad que le permite la “Yammy”, así llama a su moto.
Muchas comenzaron siendo “mochila”, jerga que define al acompañante de algún motoquero y dejaron de serlo cuando se dieron cuenta de que “querían algo más”. Así le ocurrió a Irma Oyarzo Gaez, 41 años, funcionaria de la Fuerza Aérea. “En la moto entra uno sola y sus pensamientos, ese sentido de libertad no tiene nombre”, precisa.
Todas se miran. Las historias se parecen. Un día cualquiera decidieron romper el estereotipo, ponerse un casco y encender la moto. “Cuando salgo, me olvido de la casa, del trabajo, de las hijas. Es libertad por un momento, un tratamiento anímico. A veces se trata solo de un cigarrito en Chabunco, mirando las estrellas. Muertas de frío. Pero lo disfrutamos y de vuelta a la casa”, explica Romina Salces Melo, 34 años.
– “Para mí la moto es mi escape. Es mi psicólogo” -asegura Solange Harris, 52 años.
A los nueve años se iba en moto al María Auxiliadora, pero eso duró un período breve de su vida. Más tarde, al cumplir medio siglo, volvió a reencontrarse: ‘Y ahora de vieja andai en moto’, estás loca, me dicen algunas personas, pero bien poco caso les hago”, confesó Solange.
– “Yo siempre les digo que no hay edad para vivir. Una tiene que ser prudente y hacer las cosas que uno quiera, siempre respetando, pero no limitándose” -replica Irma.
“El mismo género es quien más chaquetea”, aseguran a coro.
Lourdes saca la voz. Todas la escuchan y guardan un sacro silencio: “Entre las mujeres deberíamos tener más empatía. Entre nosotras es mayor la discriminación. Pienso que debemos tirarnos para arriba. El género, no importa cuál sea, te tiene que acompañar”.
Por otro lado, las motoqueras también tienen que luchar contra las inclemencias climáticas: viento y frío son sus peores aliados. También están los perros que más que ladrar muerden las piernas. Aunque lo que más les molesta es la falta de criterio de los conductores de auto. A estos les piden más juicio: “Tiene que haber un respeto mutuo, las motos también son vehículos”, dice Camila Harambour, 29.
Al final concluyen que lo más difícil es sacarse el estereotipo que dan las películas: “pero a nosotras estar arriba de las motos no nos quita la feminidad”