Natalia Valderas Chiguay: “Los yaganes somos un pueblo vivo”

0 Comments

“… Hace más de 20 años que están matando al último yagán-, ¿en qué mesa o instancia voy a decir lo que soy si ya el Estado implantó que el último de nosotros está por morir y que no tiene descendencia, siendo que eso no es así? Aún somos muchos y queremos ser reconocidos como un pueblo que está vivo”.

 

 

El solsticio de invierno ha sido interpretado por varias de las culturas ancestrales como un renacer, un nuevo comienzo en que la naturaleza lentamente despierta de su letargo, para pronto dar nuevos frutos. Muchas de ellas realizan distintas celebraciones y rituales en torno a este hito, motivo por el cual en Chile se instauró el 24 de junio como el Día de los Pueblo Originarios.

Pero hay quienes no tienen motivos para festejar. De las cuatro etnias que habitaron en la actual Región de Magallanes, la selk’nam y la tehuelche ya no están presentes en este territorio. La primera está extinta y la segunda emigró a otras tierras. La kawésqar sobrevive en Puerto Edén, Puerto Natales y Punta Arenas, y la yagán hace lo mismo en Puerto Williams y en la capital regional. Las causas de esta situación son ampliamente conocidas y registradas en los libros de historia.  Pero, así como después del invierno sigue la primavera, en Williams hoy, una mujer joven, Natalia Valderas Chiguay, surge como la esperanza del pueblo yámana y de la queja, de un sentir dolido, se mueve a la acción: el rescate de su lengua originaria.

“Siento que nuestro país no tiene ni un mínimo de interés por rescatar a los pueblos originarios. Sólo los mapuches pueden tener cierto respeto, porque ellos son de guerra. Pero nosotros que somos minoría – hace más de 20 años que están matando al último yagán-, ¿en qué mesa o instancia voy a decir lo que soy si ya el Estado implantó que el último de nosotros está por morir y que no tiene descendencia, siendo que eso no es así? Aún somos muchos y queremos ser reconocidos como un pueblo que está vivo”.

Categórica. La secretaria de la Comunidad Indígena Yagán de Bahía Mejillones de Puerto Williams, Natalia Valderas Chiguay, no tiene pelos en la lengua para dar cuenta de su verdad. Ella, junto al presidente de dicha organización, su medio hermano David Alday Chiguay, se señalan como el renuevo de una cultura que se ha caracterizado por su pasividad, pero que hoy requiere de nuevos bríos para darse a conocer y respetar como tal. La yagán o yámana es una de las cuatro culturas ancestrales que por siglos predominaron en el sur de la Patagonia, radicándose en la Isla Navarino, a la que llamaban “Hualalanuj”. Ahí, hace 7 mil años, el ser humano aprendió a convivir con una naturaleza agreste y un clima hostil que lo empujó a hacer del mar su fuente de vida y desarrollo arriba de frágiles pero resistentes canoas.

Ni su aspecto físico ni su dulce y pausada voz y mucho menos su corta edad dan cuenta de lo luchadora que es la joven técnico en educación parvularia, que hoy se afana en rescatar la lengua de su pueblo de tradición oral. En pleno siglo XXI, donde la globalización ha permeado la pureza de gran parte de las mayorías de las diversas culturas que han sobrevivido en el tiempo, Natalia sueña con replicar, en cierto modo, lo que fue la vida de sus ancestros. “Me encantaría andar pintada por la vida. Sé que no podría vivir sin ropa o vestida con cueros como todo el mundo quiere vernos. Si nos dejaran cazar los lobos y embetunarnos con su aceite seguro que no pasaríamos frío, pero ni eso podemos hacer… Creo que nací en un país equivocado. Pero sí, al menos, me gustaría lograr vivir sin necesitar de un hospital o de un teléfono para comunicarme con el resto.  Y lo que más me deseo es que todos hablemos yagán”, declaró.

Criada por sus padres Julio Valderas Ormeño, Marily Chiguay Calderón y su bisabuela Esmelinda Acuña, esta joven de 23 años aprendió desde pequeña a sentirse orgullosa de su origen y recién a los 19 salió de la Isla Navarino, para sacar su carrera en Punta Arenas, que hoy la usa como herramienta para conquistar el objetivo de su vida.  “Salir de la isla lo experimenté como un tremendo cambio, partiendo por alejarme de mi familia.  Conocer que los jóvenes no tienen ni un norte, ni un rumbo fue lo que más me sorprendió. Yo también estaba perdida, pero esa visión me hizo reflexionar acerca de lo que voy a hacer con mi vida, del por qué estaba estudiando y me di cuenta que lo que quiero es enseñar yagán y ser yo quien motive a los niños a seguir con esto, con nuestras creencias, cosmovisión, lengua, etc. Así fue cuando yo era  niña, pero de pronto se dejó de lado esa tarea que es algo que quiero retomar”, contó.

Sembrando en los niños

Natalia se desempeña como Educadora de Lengua y Cultura Indígena (ELCI), contratada para la Junta Nacional de Jardines Infantiles -JUNJI- a través de recursos asignados por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena -CONADI-, en el único jardín infantil de la comuna llamado “Ukika”. “Desde chica siempre estuve ligada a la abuela de mi mamá, que nos enseñó a tejer los canastos de juncos como lo hacían nuestros antepasados hace miles de años. Ella no hablaba nada de español. También me encanta estar y compartir con los ancianos y siempre pregunto y pregunto. Toda la sabiduría viene de ellos, así que cuando necesito averiguar algo siempre recurro a los más antiguos, porque tienen algo que responder y así rescato las palabras, las costumbres, las tradiciones. Aún quedan vivos como cinco, así que es una tarea que hay que hacerlo ahora y rápido, porque en cualquier momento se mueren y así vamos a seguir perdiendo”, explicó la manera en cómo fue adquiriendo  su conocimiento.

“Todo lo que aprendo -añadió- lo voy escribiendo y de inmediato transmitiendo. ¿Qué saco con guardar todo lo que yo sepa si el pueblo no lo conoce? Todo  lo que sé se lo enseño a los niños mediante el juego, porque estoy enfocada en que ellos pueden seguir con esto. Y a los adultos siempre estoy informándoles lo que hago”. La dirigente indígena, indicó además que también ha recurrido a Cristina Zárraga, la yagán nieta de Cristina Calderón que vive en Alemania, estudiando y difundiendo su cultura a través de libros de su autoría

 

“Los yaganes se caracterizan por ser pacíficos. Pero en la actualidad no podemos serlo, porque así vamos a perder lo poco que nos queda. No queremos que se instalen las salmoneras. No es que queramos ser enemigos de esta industria, sino que vemos que el problema está en los controles”.

 

 

“Este es mi segundo año como ELCI del jardín. Ahí atiendo un nivel por día a todos los niños y niñas sin exclusión, porque es un establecimiento intercultural. Programamos la enseñanza con un calendario mensual: primero les hablo sobre el lugar donde vivimos y cómo se llama, luego sobre la familia y qué hacían sus integrantes, hasta que llegamos a la comida. El año pasado les llevé centolla, chorito, calafate, ensalada de digüeñe, comidas propias de los yaganes que en cualquier lado los niños no lo van a comer. Y a fin de año, como broche de oro, hicimos una salida a terreno al “chiejaus”, donde les enseño que es como el jardín infantil de los yaganes. Fuimos con los papás donde hay una réplica de este lugar y los niños sabían y contaban todo. Para mí fue lo mejor. Era lo último del año y yo estaba agotada, pero cuando los escuché a ellos era como: “¡Oh!, qué emoción!”. Previo a eso, para el día del Patrimonio, yo les enseñé que antes los yaganes llamaban “Hualalanuj” a la Isla Navarino. Quedaron con eso y lo andaban repitiendo: “Hualalanuj,  Hualalanuj”. Era lo primero que habían aprendido. A los niños les encanta pintarse las caras, vestirse como yagán. Y para mí eso ha sido muy gratificante”, destacó.

Un sueño: el colegio yagán

Natalia cuenta que otro gran incentivo para descubrir su vocación fue toda la gente que conoció en el café Puerto Luisa de Puerto Williams, donde trabajó durante 5 años. “En el libro de sugerencias, reclamos y felicitaciones del café se registran muchas palabras de aliento que me dicen: `¡Vamos Natalia, sigue rescatando tu lengua!´ Ahí conocí a mucha gente que es de pueblos originarios que no son de Chile y que han podido rescatar a su cultura y que de la nada han logrado grandes cosas, como, por ejemplo, el sueño que tengo yo de que haya un colegio sólo de yagán y que la gente se interese en ir y a aprender”. Y no se queda de brazos cruzados. Parte de su tiempo libre también lo dedica a enseñar su lengua, ya sea a niños más grandes, jóvenes y también a los adultos de su comunidad.

Roberto Fernández, profesor de historia y funcionario de la CONADI, explica que en esta joven “están puestas muchas esperanzas, por el trabajo de rescate que está haciendo. Con ella y otras personas, estamos pronto a trabajar en la elaboración de un diccionario yagán y ha representado a la región en las pasantías de los pueblos indígenas realizados en Iquique y en Chiloé”. Desde la Isla Grande, la joven trajo una metodología de enseñanza que aplicó en su comunidad. “Se logró reunir a unas 20 personas, que es muy buen número. La mayoría eran adultos”, contó Natalia.

Desarrollar esta tarea no ha sido fácil para nuestra entrevistada. Además de lidiar con una sociedad chilena que la hace sentirse como la extraña del grupo cuando se pinta a la usanza ancestral, o cuando enseña que los hombres y mujeres no eran iguales y desempeñaban tareas diferentes, Natalia también enfrenta los cuestionamientos de su comunidad. “Hay algunos que me dicen: “¡Cómo les vamos a enseñar a los blancos!”. Pero yo les digo que si nosotros no mostramos nuestra cultura, ¡cómo el resto del mundo va a saber que estamos vivos! Si ya en los libros de historia nos mataron: los yaganes estuvieron, existieron, fueron… ¡pero nosotros todavía estamos ahí! Si no podemos ni navegar es porque nos han quitado eso. Sin embargo, todavía hay carrera que podemos ganar y dar vuelta la situación: queremos cazar, queremos navegar!”,

La comunidad yagán de Puerto Williams es integrada por unas 130 personas, incluyendo a los niños. Una buena parte de los adultos se desempeña como artesanos, confeccionando canastos, aros y collares. Los hombres hacen canoas, puntas de flecha y punzones, trabajos muy apreciados por los turistas que compran todo en la temporada alta. Para impulsar estos emprendimientos, se lleva a cabo un proyecto llamado la “Ruta Yagán”, impulsado por el Estado chileno, que considera un espacio que reúna en un solo lugar los distintos puntos venta de las artesanías, hoy dispersos en las casas de los creadores. La comunidad también espera mejorar las dependencias de la Kipa Akar (Casa de la Mujer).

Reconoce que, además de ella, son muy pocos los interesados en rescatar la lengua yagán. “Necesitamos recursos para hacer material didáctico como cuentos, diccionarios. Con el actual presidente logramos que todos los proyectos que se hacen pasen por consulta con la comunidad para que sea validado por ella. En eso ahora estamos todos de acuerdo y, de este modo, evitamos lo que pasaba antes de que se acercaban a una persona para validar alguna iniciativa y con eso decían que era el parecer de todo nuestro pueblo”, apuntó.

Desconfianza en el sistema

Reconocidos retractores de las salmoneras, durante la visita de los reyes de Noruega a la Isla, una parte importante de la comunidad de Puerto Williams protagonizó una marcha encabezada por los yaganes, para expresar su descontento frente a la instalación de esta industria. Son varias las malas experiencias en que basan su reclamo, apuntando sus críticas en la desconfianza con el sistema.

“Nuestra villa, que se llama “Ukika”, está al final de Puerto Williams, en un hoyo, ahí nos dejaron. Cuando pavimentaron la costanera, construyeron un muro que nos tapaba, cosa que nunca se nos informó. Un día lo levantaron y todos nos dimos cuenta que si ya nos privaron de la navegación, de la caza y muchas otras cosas que nuestro pueblo hacía, que más encima nos quiten la vista al mar que es lo principal para nuestra cosmovisión… Era como ilógico. Con una marcha y protesta, logramos que lo saquen. Pero además, para nosotros es una tremenda lucha de que vean los conchales como parte de nuestro patrimonio. Les llaman basurales, pero ahí están los vestigios de nuestro pueblo y lo destruyen como quieren, siendo que ven que están los collares, los arpones, las puntas de flecha…”, expresó con dolor.

“Los yaganes se caracterizan por ser pacíficos. Pero en la actualidad no podemos serlo, porque así vamos a perder lo poco que nos queda. No queremos que se instalen las salmoneras. No es que queramos ser enemigos de esta industria, sino que vemos que el problema está en los controles. El personal de medioambiente nos explicó que ellos visitan de sorpresa a las localidades donde hay salmoneras. Yo le dije: ‘Discúlpeme, pero vivimos en un lugar donde nada es sorpresa, porque si es de Gobierno y compra un pasaje, eso lo sabemos una semana antes de que lleguen y la gente comienza a regularizar. Nosotros que vivimos allá, sabemos más que nadie cómo funcionan las cosas de mal. Entonces que no nos vengan a decir que no será así.´ En otras partes del mundo estas industrias funcionan de las maravillas, pero en Chile no, porque las leyes de este país no están hechas para exigir y permiten cualquier cosa”, reclamó.

Un pueblo que vive

Natalia tiene la tez clara. Su pelo es largo, claro y tiene visos. A simple vista cuesta reconocer su ascendencia. Ella dice que los turistas ven en sus mejillas el recuerdo de las mujeres yaganes que ven en las fotos de los museos. Son los cuestionamientos de los chilenos lo que más le molesta.

“El Estado nos está tratando de hundir con el discurso de la última yagán, para que cuando muera no tenga ningún compromiso con nosotros. Yo voy por cualquier lado y me preguntan: ´¿Qué porcentaje de sangre yagán tienes?´, o sea, si yo digo que soy yagán, ¿por qué tengo que andar con un certificado mostrando que tengo tanto porcentaje de esa sangre? Al chileno le importa más eso, porque un extranjero que llegue hablando inglés le creen que es de Inglaterra. Y cuando me preguntan quién es la última yagán, en unos años más hasta yo puedo decir que soy la última yagán, porque hablo yagán. Pero no, somos un pueblo que estamos vivos y vamos a seguir vivos. Queremos mostrarnos y vivir nuestra cultura día a día y que no sea sólo para la foto o para la tele. Si podemos enseñar a un blanco que nos salude y se despida en yagán ya es un avance, porque no, eso no puede quedarse sólo entre nosotros, porque ahí sí que se va a perder. Lograr ser profesores titulados de yagán, para mí sería lo mejor que puede pasar en la vida y que le podamos enseñar nuestra lengua al resto del mundo, porque nosotros no somos egoístas”, concluyó.