“LABORES DEL SEXO”

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Esa vulnerabilidad en el registro oficial de los ciudadanos chilenos no era lo más llamativo del documento. En la descripción de su profesión u oficio decía “Labores del sexo”. Era la frase sugerida por los oficiales a cargo de emitir la cédula, después del diálogo de rigor: “¿A qué se dedica usted, señora?”: “Soy dueña de casa”. No era una ofensa ni se pretendía desmerecerlas, solo se entendíaque ellas, por ser del sexo femenino, tenían la exclusividad de las tareas domésticas.

 

Por Patricia Stambuk M.

Mi madre tenía un carnet de identidad tipo  libreta, con tapa  verde y hojas sin plastificar. Un día la vi muy concentrada, borrando y marcando cuidadosamente una de las pequeñas páginas. Me acerqué y comprobé con estupor que estaba corrigiendo su  fecha de nacimiento para rebajarse algunos años. No necesitaba mayor arte, solo una goma y un lápiz de pasta. Eran tiempos más confiados y menos complicados; quién podría desconfiar de una  mamá y esposa que mientras cambiaba el último número del año de nacimiento me decía:  “yo con esto no daño a nadie”.  Ni comparación con las técnicas actuales de los fabricantes de pasaportes y otros expertos en adulterar todo tipo de documentos.

Esa vulnerabilidad en el registro oficial de los ciudadanos chilenos no era lo más llamativo del documento. En la descripción de su profesión u oficio decía “Labores del sexo”. Era la frase sugerida por los oficiales a cargo de emitir la cédula, después del diálogo de rigor: “¿A qué se dedica usted, señora?”: “Soy dueña de casa”.  No era una ofensa ni se pretendía desmerecerlas, solo se entendía  que ellas, por ser del sexo femenino, tenían la exclusividad de las tareas domésticas.  A veces aparecían otras opciones más elegantes, como labores del hogar, labores a secas o el simple “dueña de casa”, aunque la vivienda figurara en realidad a nombre del esposo.

Era la segunda mitad del siglo XX y ya habían pasado 120 años desde que algunas mujeres chilenas, iluminadas y valientes, crearan un periódico que hoy podríamos calificar de feminista. El eco de las señoras de Santiago fue nuestra primera publicación periódica, en 1850. En ella, algunas mujeres de la sociedad capitalina escribían en forma anónima para evitarse problemas. Su propósito era “saberse y sentirse sujetos sociales”, como apunta la investigadora Claudia Montero en su libro sobre Cien años de Prensa de Mujeres en Chile. En resumen, defendían el derecho a opinar sobre asuntos de su interés, tal como ya estaba ocurriendo en los países europeos. 

Las señoras santiaguinas fueron seguidas por  otras de clase media y obreras, que crearon diarios y revistas en Santiago, Valparaíso y otras provincias del país, incluso en localidades muy pequeñas. Ellas sabían que  la prensa escrita era el mejor instrumento para divulgar su descontento y exigir derechos básicos. Periodismo y feminismo fueron siempre un binomio necesario y eficaz.  Las marchas de este siglo XXI revelan que el camino de las chilenas ha sido largo, difícil, y que se debe seguir en la ruta. Las mujeres periodistas tenemos que honrar la memoria de esas escritoras anónimas que movieron las primeras piedras de estos ásperos senderos, con inteligencia, intrepidez y valentía.