Teo, La nube-mujer

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Para el pueblo Aonikenk, la oscuridad se llamaba Tons quien dio a luz a los Hoz gok, que eran horrendos gigantes muy temidos por todos los habitantes en la Isla de la Creación, por eso Tons los abandonaba a su suerte en las imponentes montañas apenas daban su primer grito de vida. Entre esos vástagos se encontraban Noshtex y Gosye.

Cuenta la leyenda que en aquellos tiempos bastaba que una nube rozase la punta de una montaña para convertirse en una bella mujer, entonces las nubes, deseosas de mantener su esencia volátil y efímera, esquivaban el hechizo sobrevolándolo una y otra vez. Pero, un día cualquiera, Teo, una blanca y débil nubecita no pudo más de cansancio y se durmió sobre el picacho de una montaña y se transformó inmediatamente en una hermosa y dulce jovencita.

Antes que despertara, Noshtex la vio y, anonadado ante tanta belleza, decidió raptarla para llevarla a su caverna, en donde la mantendría tres días y tres noches.

En tanto, las demás nubes ya estaban inquietas ante la ausencia de su hermanita. La buscaban por todo el firmamento sin tener noticia de ella, entonces tristes y enojadas descargaron su ira en furiosas tormentas que amedrentarían a cualquiera que osara ocultar a Teo.

El sol, al darse cuenta que todos los seres vivos estaban sufriendo con estas inclemencias del tiempo, ofreció ayudar a las nubes interviniendo entre ellas y Kooch, el alto dios creador de todas las cosas, y así lo hizo.

Pero Kooch en vez de preocuparse por Teo, se molestó y entristeció al ver que las tormentas habían causado graves estragos en su creación: ríos desbordados, rocas despeñadas, animales aterrados, aves hambrientas, todo, absolutamente todo afectado por la ira de las nubes. No hubo entonces ni oscuridad, ni sol que calmase la rabia de Kooch. Allí declaró su designio vociferando: “si Teo llegase a concebir un hijo, ese hijo será más fuerte y poderoso que su padre”.

Al enterarse el gigante Noshtex de lo ocurrido se paralizó de pavor, pues sabía que en el vientre de Teo ya se anidaba su más terrible enemigo: su hijo. Los mataré a los dos -pensó turbado-, los mataré y me los comeré para no dejar rastro alguno.

Aquella noche le quitó la vida a Teo y antes de que hiciese lo mismo con el pequeño embrión, apareció una Tuco Tuco, un tierno roedor patagónico que vivía en el subterráneo de su caverna, la cual despavorida con la horrenda escena mordió al gigante arrebatándole al niño.

A pesar de sus intentos y rapidez, Noshtex no logró alcanzar a la tuco tuco, ni a divisar como con ternura y amor depositaba al bebé en el suave lomo de un cisne majestuoso. Sólo alcanzó a distinguir en el cielo un pájaro blanco que, con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba decididamente hacia el oeste.

Así, en su colchoncito de plumas, se alejaba el protegido de Kooch hacia la tierra salvadora de la Patagonia. El bebé, con los años, se convertiría en el gran héroe Aonikenk: Elal.

 

 

Texto: Mario Isidro Moreno,

Historiador e Investigador Costumbrista

Ilustración: Patricio Paretti,

Artista Visual, Licenciado en Artes Universidad de Chile

 

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