En el taller de costura “La Porota” se enhebran agujas e historias de vida

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Cultura. Costumbres. Familia. Cambios. Un grupo de mujeres provenientes de Venezuela, Argentina, Colombia y distintas partes de Chile encontró un espacio para compartir, reírse y aprender. Así, en el taller de costura, los retazos de tela van tomando forma para convertirse en muñecos, mantas de patchwork, guarda vientos, almohadones y decenas de objetos bellísimos con detalles que dan identidad propia.

 

 

Analía Vázquez – revista@fempatagonia.cl – Fotos Maximiliano Soto

Se trata de un rincón acogedor, en el que se enhebran no sólo hilos de colores para dar pespuntes en un género, sino historias de vida. Y al igual que en la película “How to make an American Quilt”, cuya traducción al español ha sido “La colcha de los recuerdos”, los relatos de las mujeres que por distintas razones han dejado su país para radicarse en Punta Arenas van desentrañándose en cada obra realizada.

Martha González Ríos es la mentora de este taller, que surgió hace 12 años como una idea de generar trabajo desde el hogar y poder lograr un equilibrio entre la realización personal, la crianza de sus niñas y, además, obtener ingresos propios. “Debido al trabajo de mi marido, nos ha tocado mudarnos varias veces por distintas regiones, así es que con esta actividad pude readaptarme fácilmente en cada lugar. No sólo haciendo artesanías para vender, sino también dando clases para que muchas mujeres puedan generar su herramienta de trabajo”, cuenta “La Porota”, como suelen llamarla sus amigas.

“Todas llegan al taller con sus locuras ricas”, agrega Martha mientras alrededor de una gran mesa de madera se disponen a desenrollar sus telas, planificar los cortes, elegir el modelo y, con una taza humeante de té acompañada muchas veces por bizcochos caseros, comienzan a “costurear”.

“Aquí compartimos amistad y tiempo de nosotras mismas”, enfatiza. Ese tiempo también se traduce en ayuda social, muchas veces para instituciones, escuelas u hogares de niños, ya que han hecho sábanas, mantas así como también campañas para juntar víveres y participar de cualquier acción solidaria que se presente.

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Martha González Ríos es la mentora de este taller, que surgió hace 12 años como una idea de generar trabajo desde el hogar y poder lograr un equilibrio entre la realización personal, la crianza de sus niñas y, además, obtener ingresos propios. “Debido al trabajo de mi marido, nos ha tocado mudarnos varias veces por distintas regiones, así es que con esta actividad pude readaptarme fácilmente en cada lugar.

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Historias de vida

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“Como decía otra amiga mía, es mucho más barato que un psiquiatra. Uno conversa y tiene las manos ocupadas. Es maravilloso compartir con un montón de mujeres y a la vez crear. Siempre es bueno regalar algo hecho con las manos de uno”, dice Eloisa Carriquiri.

Eloisa Carriquiri (70) nació en Santiago de Chile, es Licenciada en Química, aunque desde hace varios años se jubiló de su profesión. El arte que era para ella un pasatiempo se convirtió en su motivación cotidiana y así pinta, cose, teje al crochet y siempre realiza con sus manos algún obsequio para alguna querida amiga o para sus nietos. “Nos vinimos de viejos a Punta Arenas, dejamos toda la familia en Santiago. Acá una amiga me propuso tomar clases y, la primera vez que vinimos, Martha no nos recibió porque se estaba yendo, pero nosotras insistimos y aquí estamos. Como decía otra amiga mía, es mucho más barato que un psiquiatra. Uno conversa y tiene las manos ocupadas. Es maravilloso compartir con un montón de mujeres y a la vez crear. Siempre es bueno regalar algo hecho con las manos de uno. Mis amigas saben que yo me acuerdo de ellas durante el año, porque siempre les preparo algo”, cuenta Eloisa, abuela de cuatro hermosos nietos y uno que viene en camino.

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Andrea Ivone Myburgh (39) es de Argentina y desde muy joven decidió acompañar a su marido, quien, por razones laborales, debe trasladarse cada dos o tres años de ciudad. Han vivido en Cerro Sombrero, en distintas ciudades de Argentina y, actualmente, en Punta Arenas. Pero la experiencia más exótica que le tocó vivir fue en El Cairo, Egipto, cuando su hija mayor tenía tan sólo tres años. Allí, desde el departamento que arrendaban, muy cerca del Nilo, tenían una vista panorámica de las pirámides. Y al igual que en cada uno de los destinos, estrechó lazos con gente maravillosa. “En El Cairo, estuvimos casi tres años y conocí otro tipo de cultura. Mujeres de diferentes países y pude hacer cosas que de este lado del Atlántico no se me hubiera ocurrido, como, por ejemplo, aprender el idioma, las costumbres, visitar museos, y el arte de copiar papiros”, cuenta Andrea.

En Punta Arenas, toma clases de pintura artística, participa de maratones y disfruta de las tardes, una vez por semana en el taller de costura “La Porota”. Gracias a esas clases pudo coser para su niña más pequeña una hermosa colcha de patchwork, en donde cada cuadradito, cuenta una historia de su experiencia en la región.

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Maryelis Véliz, es venezolana, en su país daba clases de matemática y dibujo técnico y, al igual que Andrea, llegó a Punta Arenas por el trabajo de su marido. Tiene tres hijos y uno de ellos este año ingresó a la facultad de medicina, en la Universidad de Magallanes. “Estoy en Punta Arenas y no me quisiera ir nunca, aunque tampoco pensé hace cuatro años atrás, cuando llegamos, que alguna vez podría llegar a decir esto, porque al principio no me resultó fácil. Me entristecía mucho el invierno, ver tan poco sol. A mí no me gusta tanto calor, pero tampoco el extremo del frío”, cuenta Maryelis.

Llegó al taller de costura por la recomendación de su querida amiga “Chunchu”, quien también vivió en Punta Arenas durante cuatro años y las vueltas de la vida la han llevado nuevamente a Neuquén, Argentina. A Maryelis siempre le había gustado el oficio ya que su mamá cosía, le hacía los vestidos de pequeña y tanto a ella como a sus hermanas les había enseñado las cuestiones básicas. Ahora la costura se ha convertido en un hobby, ya que le gusta pasar el rato en algo bien productivo. “Venir acá implicó dejar mi trabajo y no me gusta estar sin hacer nada”, remarca con una sonrisa y ese carisma especial que define el carácter de quienes nacieron en tierras caribeñas.

“Estoy en Punta Arenas y no me quisiera ir nunca, aunque tampoco pensé hace cuatro años atrás, cuando llegamos, que alguna vez podría llegar a decir esto, porque al principio no me resultó fácil”, cuenta Maryelis.

 

En las vacaciones de verano regresó por un tiempo a su tierra, de la que ha venido más triste que otras veces, ya que desde su experiencia, la situación en Venezuela está mal: “Pensamos que no hay futuro, todo está caro, la inseguridad es muy fuerte, muchos emigran y pienso que lo mejor es estar aquí”, concluye.

Silvia Vendramini nació en Mendoza, Argentina, pero vivió muchos años en la provincia de Salta, donde trabajó como secretaria en una empresa petrolera. Luego estudió comunicación social y llegó a Punta Arenas hace cuatro años donde realiza semanalmente dos columnas para un programa de radio en Tartagal. Uno de los temas que desarrolla es la motivación emocional y el otro es sobre prevención de la salud para mejorar la calidad de vida.

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“Lo importante es conseguir lazos, lazos comunicacionales. Yo nunca cosí, jamás había agarrado una aguja y, además, soy muy ansiosa, pero esto es lo maravilloso. Dentro de cada creación, hay una parte de cada una de nosotras”, cuenta Silvia mientras acomoda en la mesa una cortina que está terminando para la ventana de su cocina y reflexiona. “Lo que más me inspira es aprender, pero no sólo de puntos, puntadas o tijeras, sino aprender de la experiencia de cada mujer. Eso queda para una para toda la vida”.

Silvia es definida por sus amigas como generosa, solidaria y contenedora. Siempre tiene una palabra de aliento, un abrazo para “apapachar” a quien lo necesite, provoca risas en las demás y disfruta reírse también de ella misma. Junto a su esposo Jorge, tienen la costumbre de abrir las puertas de su hogar para recibir amigos, cocinar ricas paellas o asados. “A mí me encanta Punta Arenas, me gusta el frío, el clima, se puede vivir mucho en familia. Como estamos lejos de la familia, aquí adoptamos nietos, primos, sobrinos. Tanto a mi marido como a mi hija y a mí nos gusta tener gente en casa”, comenta Silvia.

Estas mujeres son sólo un ejemplo de tantas, que en distintas partes del mundo dejan su tierra de origen para empezar de nuevo, en otro sitio. Lejos de la familia, de su círculo íntimo, saben aprovechar cada oportunidad que les da la vida y hacer de ello lo mejor, estableciendo lazos, amistades, redescubriéndose a sí mismas. Y como dijo Silvia Vendramini, “en cualquier lugar del mundo que a uno le toque vivir, siempre hay para hacer cosas interesantes. Para crear, desarrollarse y contagiar a otros de alegría”.

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Silvia es definida por sus amigas como generosa, solidaria y contenedora. Siempre tiene una palabra de aliento, un abrazo para “apapachar” a quien lo necesite, provoca risas en las demás y disfruta reírse también de ella misma.