Todo el calor de los hielos que nos ofrece la ruta kawésqar

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Una conjunción de inmensidad y belleza se transforma en un recorrido por el tiempo que nos permite comprender y admirar más la esplendorosa geografía que se exhibe ante nuestros ojos.

 

ELIA SIMEONE – REVISTA@FEMPATAGONIA.CL

Su presencia noble y amable nos sobrecoge. ¡Cómo no vamos a ser realmente privilegiados si un ejemplar solitario de un huemul se avizora en un cerro cubierto de naciente verde agreste y líquenes de intensos tonos rojos y amarillos! Majestuoso como él solo, este animal en franco peligro de extinción es la antesala a una de las maravillas del recorrido que emprendimos el día anterior: el glaciar Amalia.

Nuestro trayecto fue favorecido por los dioses. El espíritu benigno del gran Alep-láyp está con nosotros, sintiéndolo en cada rayo de sol que nos abriga en una zona más propensa a los vientos implacables y la lluvia; y en cada figura animal y flora endémica que se cruza en nuestro camino.

Así, con la compañía inesperada de este huemul que lo revoluciona todo y que hace detener nuestros pasos y controlar nuestro aliento, Alep-láyp nos da la bienvenida en nuestro desembarco a orillas del Amalia, el primer glaciar de nuestra ruta. Emplazado en un sector de nevazones continuas, sus torres pueden alcanzar hasta los 160 metros de altura, con un ancho de unos tres kilómetros aproximadamente.

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Territorio Kawésqar

Al internarnos por la grandeza acotada de los canales y fiordos de la Patagonia chilena, a ratos nos parece que, de algún recodo, saldrá una canoa de coigüe. Es que sentimos que estamos invadiendo un territorio que no nos pertenece, que fue propiedad de los amos de estos mares surcados de hielos: el pueblo Kawésqar.

Su presencia nos sigue. Ellos siguen respirando en cada brisa, en cada ave que eleva sus alas, en cada tonina que salta alegre al lado nuestro, en cada cóndor que parece observarnos con recelo, en cada copo de nieve que cae y en cada partícula de hielo que se ha acumulado creando este blanco de vetas azuladas que nos recuerda al infinito.

Es difícil no sentir cierto temblor al observar volcanes y picos nevados e inmensas masas de hielo que, en un gesto de genuflexión, doblan sus rodillas hasta llegar al mar: estamos en la Ruta Exploradores Kawésqar, a bordo del crucero Skorpios III.

Nuestra experiencia es única, llena de contrastes. El más grande: la calidez que se siente dentro de la embarcación versus el frío que emana de los glaciares.

Partimos de Puerto Natales, capital de la provincia de Última Esperanza y nos internamos decididos a cruzar la puerta obligada a la ruta de glaciares: el paso Kirke, el canal más angosto de Chile.

La bienvenida a bordo queda en manos del capitán Luis Kochifas, hijo del legendario Constantino Kochifas, inmigrante griego fallecido a quien se le reconoce el haber levantado un imperio naviero en la zona sur-austral de Chile.

En suerte, nos toca compartir durante los días de nuestro viaje la mesa del capitán, a la cual llega su madre Mimí Coñuecar, viuda de Constantino Kochifas, mujer llena de sabiduría y ánimo pacífico. Orgullosa de sus orígenes, sus cuentos y relatos de la historia familiar resultan un bálsamo para el alma de los contertulios.

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Tocando a El Brujo

Queriendo no dejar el hermoso mirador natural del glaciar Amalia, debemos emprender el regreso a la Motonave Skorpios. Nos espera otra aventura: El Brujo. Es el nombre de otro glaciar más pequeño que el anterior, pero que tiene como bondad que sus brazos nos acogen y que los hielos que se pueden tocar parecen los dedos de este gigante desde cuyo interior ruge Mwono, el espíritu del ruido de los Kawésqar que produce las estruendosas avalanchas de nieve.

 

Surcando un mar de hielo

El fiordo Calvo es otro destino, para lo cual se usa una embarcación más pequeña ad hoc para la zona: se abre paso magistralmente sobre el mar de hielo desprendido de los glaciares y su techo nos protege de la lluvia que nos recibe. La navegación se torna fascinante y avizoramos los glaciares Fernando, Capitán Constantino y Alipio, entre otros. Las cascadas de agua siguen desde la distancia nuestro camino.

A los cormoranes de las rocas, se une una colonia de focas, cuyos retoños caen al mar, quizás por la revolución que causa nuestro paso.

Ya a los pies de una enorme y copiosa cascada, algunos patos a vapor parecen elevarse sin poder hacerlo al agitar fuertemente sus alas sobre el mar.

Otro día ha terminado y nos espera disfrutar de compartir nuestras experiencias y de brindar en nuestro regreso a Skorpios III con un vaso de whisky con hielo de 30 mil años.

 

 

Fiordo de las Montañas

En nuestro tercer día, el panorama es singular e igualmente entusiasmante: el fiordo de las Montañas, donde podemos observar cuatro glaciares que se desprenden de la Cordillera Sarmiento al mar.

El sol matinal da de pleno en el glaciar Alsina, a cuyos pies llegamos con una embarcación menor que nos permite hacer rondas en torno a él. Las grietas de azul intenso cautivan nuestra mirada.

El recorrido sigue por la tarde con un desembarco en el glaciar Bernal, para, más tarde, continuar en el Skorpios III dando un saludo a los glaciares Hernán y Zamudio.

Comienza a oscurecer, recorremos los canales de los ancestros Kawésqar, sus historias y orígenes complementan esta experiencia única e invaluable.

Nuevamente, la satisfacción es plena. Nos internamos al mundo de lo intangible, donde los nómades canoeros reinaron entre las esculturas que crearon los fuertes vientos y el impetuoso retroceso de los hielos.