Gabriela Mistral, la maestra que fue determinante para la política antártica de Chile.

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Conocida a nivel internacional como Gabriela Mistral, dejó huellas en la historia de Magallanes tras su paso por estas tierras entre los años 1918 y 1920. Durante la Presidencia de Juan Luis Sanfuentes, el entonces Ministro de Instrucción Pública, Pedro Aguirre Cerda, la designó como Directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas.

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En su corto, pero fructífero período de estancia en Magallanes, Gabriela Mistral logró poner orden y restablecer el prestigio del Liceo de Niñas.

El profesorado apostólico que promovió continuó con una escuela nocturna gratuita para obreras, en donde, además de alfabetizar, dedicaba una hora a transmitir y escuchar experiencias de vida.

Participó conjuntamente de todo un programa cultural en un ambiente de progreso social y económico durante los denominados años dorados. Uno de los objetivos de su traslado a Magallanes había sido el de “Chilenizar” a la región, ya que muchos agentes del gobierno, principalmente de la zona central, consideraban que por la influencia con el país limítrofe, la distancia por la que se encontraba la región del resto de Chile y la gran afluencia de inmigrantes, era necesario un plan para establecer la identidad nacional. Sin embargo, como relata Mateo Martinic en su libro “Mujeres Magallánicas”, ella excedió con creces tal cometido: “Quien venía con ínfulas de chilenizar un territorio, habría de retornar del mismo ‘magallanizada’ hasta los huesos, que es lo mismo que decir hasta el meollo de la chilenidad”.

Asimismo en una tesis publicada en los Anales de la Literatura Chilena, Magda Sepúlveda Eriz hace un análisis de la obra de Gabriela Mistral, en la que queda reflejada una denuncia polémica contra la política migratoria del Estado chileno en esos años. “El Estado promovió y facilitó el incendio de la flora y bosques nativos, así como la marginación de sus etnias originarias, con el propósito de impulsar la explotación del ganado lanar llevada a cabo por inmigrantes europeos”, escribe Sepúlveda en su tesis. En el poema “Desolación”, Mistral vincula ese título con un espacio vulnerable de la condición humana, apreciación sobre la circunstancia indefensa en que se mantiene a los indígenas.

En su libro “La Antártida y el pueblo Magallánico”, cuyas páginas se pueden encontrar publicadas on line en http://salamistral.salasvirtuales.cl, Gabriela Mistral expresa: “Cuando la Antártida sacó su bulto como la sirena, y fue aprendida de golpe por el mundo, con las anticipaciones de Wells, me acordé de aquellas conversaciones que fueron las mayores fábulas y las mejores varas que me regalaría el país del viento y de la hierba. Era aquello un mundo casi rebanado por la indiferencia de las geografías primarias y a la vez poseído y virgíneo para nosotros, la posesión venía de la legalidad de nuestro aposentamiento y la virginidad del olvido que le dábamos los chilenos de Llanquihue arriba. Y no digo Chiloé porque también andaban los Chilotes corta-mares en las persecuciones de la noche austral y de la ‘aurora austral’ que aunque valga menos que la boreal, harto espléndida fue para mis ojos que la gozarían muchas veces”.

El poema “Patagonia” es una bellísima interpretación de su paso por el sur, que, sin dudas, marcó gran parte de su obra como así también selló para siempre la vida de los habitantes de Magallanes.

 

“A la Patagonia llaman sus hijos la Madre Blanca. Dicen que Dios no la quiso por lo yerta y lo lejana, y la noche que es su aurora y su grito en la venteada por el grito de su viento, por su hierba arrodillada y porque la puebla un río de gentes aforesteradas. Hablan demás los que nunca tuvieron Madre tan blanca, y nunca la verde Gea fue así de angélica y blanca ni así de sustentadora y misteriosa y callada. Qué Madre dulce te dieron, Patagonia, la lejana! Sólo sabida del Padre Polo Sur, que te declara, que te hizo, y que te mira de eterna y mansa mirada” (Mistral 1967: 196).