Mujeres agricultoras y su amor a la tierra

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Cuatro féminas premiadas por INDAP reflejan la templanza de espíritus indómitos que luchan día a día por salir adelante, triunfando sobre la escarcha, el viento, las gélidas temperaturas y los obstáculos de la vida. Al final el nacimiento de hortalizas frescas, el fruto sano y la energía que entregan las plantas ornamentales son la satisfacción y la misión cumplida de cada una de ellas. Éstas son sus historias de perseverancia y esfuerzo: Bernardita Pérez, María Low, Delia Almonacid y Faumelina Calbuyahue sintetizan y representan el trabajo cotidiano de la agricultura familiar en la Patagonia.

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Faumelina Calbuyahue: “En agricultura la capacitación es permanente”

En estos tiempos ingresar a un mercado que demanda productos sustentables, saludables y de impecable presentación, se hace muy difícil, quizás lo fácil es salir, sobre todo para el pequeño productor agrícola que debe competir con campañas de marketing poderosas y a veces en medios de cosechas que zozobran por el mal tiempo.

Una receta eficaz para enfrentar los obstáculos es la asociatividad. Así lo sabe bien Faumelina Calbuyahue que participa en la cooperativa Campo de Hielo de Puerto Natales, junto a otros productores,ofrece sus productos al supermercado Lider, en Punta Arenas.

Faumelina Calbuyahue es una mujer tímida y de pocas palabras, porque cada una de sus oraciones se expresa en trabajo, esfuerzo y amor a la tierra. Hace 20 años llegó a Puerto Natales desde Quinchao, Chiloé.

El año 1992 comenzó su incursión en la agricultura, en cultivos bajo plástico. Y en 1995 INDAP la apoya participando en el Programa Transferencia Tecnológica.

El año 97 Faumelina queda viuda, y debe redoblar esfuerzos, pero logra salir adelante junto a sus hijos, quienes hasta el día de hoy la apoyan, en los tiempos que no topan con sus actividades.

Hoy cuenta con cinco invernaderos y en su producción destaca el cultivo de pepinos, tomates, zapallo italiano y frutilla.

 

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Bernardita Pérez y su pequeño oasis de innovación hortícola

Cae la noche, cierra el supermercado y Bernardita Pérez recorre más de dos kilómetros antes de llegar a su parcela, un pequeño tesoro de invernaderos y sabores. En la mañana, a pie ya había hecho el mismo viaje: la rutina es diaria. Es que gran parte del año trabaja de empaquetadora, bajo el sueldo de la propina, y los pocos meses que el clima es benevolente con la cosecha se dedica a su pasión: La agricultura.

No es tarea fácil sumergirse en las entrañas de la tierra, soportar la nieve, el agresivo viento y la escarcha. De ahí que hay cierta magia en la Patagonia cuando nace una lechuga, brota la papa, y resplandecen las hortalizas. Una imagen que se repite cada temporada en la zona y donde Bernardita Pérez, 49 años, es una de las pocas que innova con sabores distintos y productos frescos: “Mis clientes pueden venir y sacar ellos mismos las hortalizas, hierbas medicinales, conocer las siembras y entusiasmarse con una dieta saludable”, invita, mientras presenta los invernaderos que ha construido junto a su pareja.

La parcela B-1, de poco más de media hectárea, está ubicada al final de la prolongación General del Canto, un pequeño cartel da la bienvenida: “Verduras y Plantas Medicinales”. Ahí, casi todo es reciclable, incluso las herramientas que son creación propia, “made in José”, dice Pérez, destacando las habilidades de su pareja.

Fue de las primeras agricultoras en la zona en incorporar la chicoria morada y ya experimenta con stevia. “La cosecha pasada comencé tarde y no creció bien, pero lo estoy intentando nuevamente”, dice orgullosa.

De mirada pausada explica las dificultades de practicar la agricultura: “Tenemos diferencia con el resto del país, en Magallanes las cosechas ocurren entre octubre y abril, las temperaturas bajas hacen que la tierra se enfríe mucho, por eso no crecen las verduras y una siempre comienza más tarde la venta, acá se saca generalmente dos cosechas por temporadas, por eso gran parte del año las agricultoras tenemos que trabajar en otras labores”, precisa.

Hoy, uno de los grandes problemas que tiene es la falta de un sistema de riego que le permita aprovechar mejor el tiempo: “Gran parte del día lo pierdo regando con manguera mis invernaderos, esperamos pronto solucionar el problema a través de algún proyecto”.

 

¿Qué la hace seguir adelante en un trabajo tan duro?

“Mis plantitas, verlas crecer, ver lo que voy produciendo, eso me hace salir adelante, me entusiasma y me renueva las fuerzas”, asegura.

 

Bernardita Pérez es usuaria de INDAP desde el 1 de diciembre de 2009, en el Día de la Mujer Rural fue homenajeada y reconocida por sus esfuerzos en el mundo silvoagropecuario. Sus productos se pueden conseguir en su parcela ubicada al final de la prolongación General del Canto, un pequeño oasis de sabores diversos, o bien llamando al fono: 85918528.

 

 

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 Delia Almonacid: “Mi felicidad son las plantas y trabajar en lo que me gusta”

 

Bonsai, Lilium de todos los colores, claveles, rosas… así luce el jardín que cultiva Delia Almonacid. Variedades que despiertan los sentidos y sorprenden al visitante, pero atrapa más aún el coraje y el amor que predica a los vegetales: “Mi labor es generar conciencia, una planta no tiene vanidad y la gente debe amar lo natural”, precisa.

Dos veces ha perdido su casa por incendio, la última al cierre de esta edición.

Hace casi dos décadas, logró salir adelante con sus dos hijos pequeños, entonces necesitaba trabajar, rearmarse, pero sin descuidar la atención de sus retoños… Las plantas fueron la raíz que le dio la base para triunfar sobre la adversidad: “Lavé unos pañales y un peluche, había mucho frío, así que para secar ropa lo hice en una campana en la cocina, uno de los peluches cayó sobre una llama, era un 31 de diciembre, habían cortado el agua y estaba cerrado la entrada, cuando llegó bomberos no quedaba nada de mi casa. Afortunadamente no estaba, andaba comprando con mis cuatro hijos… ahí empecé a hacer algo que me gustaba, a trabajar con las plantas”, recuerda.

“¿Dedicarte a las plantas… En Magallanes? Pero estás loca… Eso no se come”, le dijeron. Las palabras todavía resuenan fuerte en su memoria. Toma aire y pausadamente, como si sacara las oraciones de la mano y las colocara en la oreja del interlocutor explica.

“Yo les dije estás equivocada, sí se come… cómo, preguntó. Sí, se come, porque yo vendo las plantas, y compro lo necesario, o sea comida para mí y mis hijos. Claro, este lugar era una cantera, hubo que poner cerca de 500 toneladas de capa vegetal para darle vida a la tierra, a pura carretilla. Pero lo logré, aprendí cosas que no sabía… y creo que el amor a las plantas es mi mayor ganancia… no hay nada más bonito que hacer lo que uno ama. Es una forma de vida para mí”, precisa, gesticulando con sus manos donde asoman vigorosas las líneas del trabajo.

“Mi labor es generar conciencia, una planta no tiene vanidad y la gente debe amar lo natural, los bosques, los ríos. A mí me gusta que mis clientes aprecien las plantas, antes de dedicarme a esto, muchas veces pisaba el pasto o pasaba por una planta y me daba igual, hoy día tengo conciencia que son seres vivos, ornamentales y todo está en esta vida por algo, les tengo respeto”, sentencia Almonacid.

 

-¿Está contenta por haber sido galardonada por INDAP?

“No sólo yo me destacó, sino que hay muchas compañeras agricultoras que todos los días hacen la misma labor. Yo con el premio sólo las represento. Ni trabajo más ni he hecho más esfuerzo, todas tienen un trabajo fuerte, pero les aseguró que son personas felices, porque para ser agricultor hay que ser multifacético, porque no se mantiene la casa con lo que se gana en la agricultura. Hay muchas compañeras que tejen, otras que hacen mermelada, otras venden productos”, explica.

 

-Entonces eres feliz…

“Hay dos cosas en mi vida que he querido mucho: Primero tener una familia, adoro a mis hijos y la otra cosa que he logrado y me puedo morir mañana, porque lo logré, es ser una agricultora que conoce lo que hace y sirve a la gente. Soy una persona que se siente útil y está feliz con lo que hace”, valora.

Las palabras de Delia expresadas antes del último incendio reflejan la fortaleza de alguien que quiere salir adelante. Esperamos en Fem que nuevamente logre vencer los obstáculos del destino.

 

 

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“Tengo 81 años pero me parece que no los tuviera,

porque me siento joven”

 

Quedó huérfana de pequeña y a los cinco años de casada muere ahogado su marido por intentar salvar a una niña, meses después se le quema la casa. Entonces comienza a dedicarse a la agricultura para salir adelante con sus dos hijos de cuatro y dos años… Hoy mira al pasado con el consuelo y decoro de saber que al azar de infortunios que marcaron su vida, siempre los enfrentó con trabajo, perseverancia y un optimismo capaz de derretir cualquier tristeza.

“Por salvar a una niña que cayó al mar, mi marido se tiró y se ahogó, murieron los dos… Eso fue tremendo, porque quedé totalmente desamparada, no tenía familia, no tenía nada. Fue terrible, yo tenía 25 años, y tuve que darme valor por mis hijos que tampoco podía dejarlos tirado”, relata María Low, 81 años.

Así de golpe llegó a la agricultura. Sus ojos claros quedan acuosos en el recuerdo. Cinco meses después de quedar viuda se le quema la casa y comienza de cero.

“Compré 200 pollitos chiquititos, no sé de qué forma los alimenté que a los cuatro meses me empezaron a poner… todas gallinas coloradas, sacaba 180, 190 huevos diarios y tenía que salir a entregar los huevos, y como era joven pescaba las bandejas y salía a repartir, a vender… a mano”, explica.

El éxito no duró mucho. Vecinos reclamaron y tuvo que venderlos y deshacerse de todos. Inició entonces un trabajo agrícola más intenso que alternaba con tejido y otras labores que improvisaba según la necesidad.

Hoy día también tiene pollos. Muchos menos que antes. Pero en su jornada diaria, entre subidas y bajadas por un camino sinuoso y pedregoso, antes de llegar a los dos invernaderos que tiene y trabajar la tierra, alimenta a las aves. Su parcela de media hectárea está ubicada en el sector del Loteo Varillas, en un espacio que enfrenta de golpe el viento.

Los años pasaron y María Low se dio una tregua con la vida. Tuvo otra pareja y producto de esa breve relación nace su tercera y última hija. A través de su esfuerzo y perseverancia fue capaz de transformarse en la única figura protectora capaz de satisfacer las necesidades requeridas por sus tres descendientes. Hoy todos profesionales universitarios, con valores y calidad humana destacada.

“En esos años, mis chicos estudiaban de las 9 a las 12 y de las 14 a las 16 de la tarde… Me mandaba cuatro viajes a pie… He sufrido harto a pie, ahora lo único que deseo es tener un vehículo para salir con mis lechugas a entregar verduras”, cuenta y los ojos se le encienden de entusiasmo. No sabe manejar y asegura altiro que puede aprender rápido.

“He pasado muchas cosas en la vida, muchas… Mucho desprecio de la gente, porque cuando uno es sola cualquiera se limpia la boca, como decía mi suegra es muy triste una mujer sola porque cualquiera la pisotea. Pero no sé, yo pienso que he llevado bien mi vida”, recalca mientras teje. Tiene cuatro nietos y a una que es titulada de psicología ya logró entusiasmarla con la agricultura.

“Yo tengo 81 años, pero me parece que no los tuviera, porque me siento por dentro joven… No sé si me faltó algo en mi vida que aún me siento joven… yo pienso así”, dice y su rostro se llena de risa contagiosa.