“Hay que atreverse, buscar los espacios y competir con los varones”

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Esta hija de padres estrictos, pero cariñosos, ha hecho de su vida un cúmulo de disciplina, tesón y perseverancia, que la ha llevado a ser una profesional totalmente destacada y una mujer realizada como madre de dos jóvenes hermosos.

 

Elia Simeone R. , revista@fempatagonia.cl

Totalmente llana y amena. Rompiendo el prejuicio respecto del cargo que ocupa, la entrevista resulta agradable, al punto que dan ganas de seguir por horas conversando con ella para conocer más detalles de su vida, marcada por el rigor y los férreos lineamientos de su padre.

Es que Gustava Aguilar Moraga es una orgullosa madre de dos jóvenes profesionales y una de las tres mujeres en el país que ostentan el máximo puesto que se puede lograr en la Defensoría Penal Pública de Chile.

Asumió como Defensora Regional de Magallanes el 1 de diciembre de 2012, luego de una meritoria carrera que se inició como directora del Departamento Jurídico de la municipalidad de Punta Arenas, cargo que ocupó durante cinco años. Durante otro lustro, fue secretaria ejecutiva del entonces Consejo Regional de Desarrollo (Corede) y, luego, siguió como secretaria del 1er. Juzgado de Policía Local de Punta Arenas.

Fue a principios de la década del 2000 que daría un gran salto: en 2002, tuvo el honor de estrenar en la zona la Defensoría Penal, una de las nuevas figuras que estableció la Reforma Penal, que tuvo a Magallanes como región piloto. Así, fue primero Defensora local; luego, Defensora Jefe; y, desde diciembre de 2012, Defensora Regional.

“Fue realmente una enorme responsabilidad y privilegio. Lo digo no sólo porque soy una gran hincha de la Defensoría como institución, sino porque nos tocó formar un equipo de profesionales que tuvieron que dar forma y vida a una entidad nueva. El compromiso que asumimos fue muy fuerte, siendo que no todos comprenden realmente el rol que le toca jugar a la Defensoría Penal. Pero, se trataba en aquella época de un sistema nuevo, que se estrenó en la región y teníamos todos la camiseta puesta”, recuerda Gustava.

Hoy, esta abogada de la Universidad Chile, lidera “un grupo humano súper bueno” de 21 funcionarios y debe coordinar todas las acciones de defensa de los imputados.

“Busco que la calidad de la defensa no baje y que se mantenga un estándar sobre la base de cuatro conceptos fundamentales: libertad, dignidad, información y respeto”, acota.

Satisfacciones

Gustava no deja pasar la oportunidad para, como buena defensora, esgrimir una batería de argumentos a favor de la Defensoría Penal Pública.

“Nuestro primer concepto es que estamos atendiendo a una persona, no a un delincuente, cualquiera sea la imputación del delito. Independientemente de los cargos que se formulen, todos tienen derecho a contar con la mejor defensa posible”, explica.

Agrega que sabe que el rol de los defensores es incomprendido sobre todo porque en Chile rige un Estado de Derecho en que tiene mucho peso el poder punitivo.

“Frente a todo ese poder, la Defensoría tiene que hacer valer los derechos de los imputados y garantizarles que serán respetados”, acota.

Aunque no en todos los casos logran el objetivo del imputado y sus familias –que queden libres y los cargos sean desechados–, Gustava señala que tiene grandes satisfacciones cuando, pese a que alguno de sus defendidos termina cumpliendo pena efectiva, se acerca en la calle alguna madre, esposa o familiar y le agradece todo lo hecho a favor por la Defensoría Penal. 

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Sus padres

La seriedad con que habla respecto de su labor como abogada da paso a un rostro más dulce para referirse a sus padres.

Es hija de Antonio Aguilar, sub oficial de Ejército, quien falleció a los 50 años producto de un accidente automovilístico; y de Irma Moraga (83 años), destacada profesora.

Del Colegio Británico, rescata no sólo su educación, sino sus amistades que perduran hasta el día de hoy.

En el Liceo de Niñas, perteneció, más que a una generación, a un curso que –dicho por las propias educadoras– fue por años el que obtuvo mejor rendimiento. Así también, “nuestra disciplina no era de las mejores, por lo mismo, algunas profesoras se resistían a hacernos clases y teníamos, además, fama de soberbias -todo esto para la época- por que siempre exigimos mucho y así también rendíamos; pero no fuimos un curso fácil de llevar y, como te digo, fuimos resistidas por estas cosas”, puntualiza Gustava.

“Tuve una infancia feliz”, señala y sólo tiene palabras elogiosas para valorar a sus progenitores.

“Mi padre era una persona extraordinaria. Cuando llegó el momento de partir a estudiar a la universidad, con 17 años, se puso en todos los escenarios y, siendo adelantado para la mentalidad de la época, me dijo, ¡Hija, si quedas embarazada, tienes que contarme primero a mí y no a tu madre. Yo voy a estar contigo en cualquier circunstancia’”, recuerda.

Su madre no era menos firme que su padre militar.

“Es una mujer que siempre se sacrificó. Vivíamos siempre con lo justo porque ambos tenían remuneraciones acotadas y podría contar que ella habrá dado vuelta mi abrigo mil veces para repararlo y que lo pudiera seguir usando”, comenta entre risas como para graficar la estrechez familiar.

“Tuve una madre muy fuerte, exigente con mil cosas”, señala. 

De ambos, aprendió el respeto, la responsabilidad y el orgullo de sus orígenes, de ser una familia de gente esforzada que salió adelante.

“Aprendí que la gente vale por lo que es y no por lo que tiene. Me enseñaron la responsabilidad, el esfuerzo y el que siempre uno tiene que hacer las cosas lo mejor posible”, comenta.

Abogacía

Cómo esta joven jovial y buena para los deportes llegó a Derecho de la Universidad de Chile es algo que se lo atribuye a su madre.

Es que doña Irma siempre inculcó en su hija el amor por el derecho. “Ella es profesora normalista y orgullosa de su profesión. Sin embargo, cuando ella decidió irse a la Escuela Normal, sus cercanos, familia y profesores del liceo le sugerían que mejor estudiara derecho, y tal vez, eso le quedó dando vueltas, de manera que me inculcó esta carrera desde chica”, mencionó. Además de esto también fueron sus propias aptitudes y el impulso de sus profesores del Liceo de Niñas que la enfocaron a esta profesión.  

En este camino, reconoce a sus maestros y no escatima elogios para los buenos profesores que tuvo en el entonces Liceo de Niñas, como Marión Torres, Ivanna Vrsalovic, la “Mami” Bustos.

“Yo fui presidenta del Centro de Alumnos del Liceo de Niñas y fue Aniceto Ovando, socialista, el que me enseñó cómo hacer un discurso”, recuerda.

Con un promedio ponderado de 735 puntos, luego de rendir la entonces Prueba de Aptitud Académica (PAA), postuló a Derecho de la UC y quedó en octavo lugar de la carrera. Pero cuando salieron los resultados de la Universidad de Chile, optó por dicha casa de estudios,  y estudió Derecho de la U. de Chile. 

Egresó con el título y juró como abogado el 26 de enero de 1981.

Su familia

Gustava tiene dos hijos: Vesna de 31 años, que estudió teatro y vestuario y vive en Santiago; y Carlos Guillermo (29), que es ingeniero comercial.

“Traté de ser exigente con ellos, de imponer normas, de que se debe responder, respetar a la gente y ser solidario. Creo que parte de esto hizo que mis dos hijos sean personas queridas en el medio en que se mueven. En mi casa, siempre les inculqué que no es el que tiene más quién vale más. Les dije que uno siempre debe buscar ser una buena persona. Ellos son hoy dos buenas personas”, destaca Gustava, sintiendo que estos hijos son el mayor orgullo de su vida.